miércoles, 27 de julio de 2011

Forasteros: churras, merinas y entrefinas

El hecho de que en más de una ocasión me haya ocupado del tema de los forasteros puede sugerir que sufro algún síndrome parecido al que a menudo padecen aquellos que los naturales de sendas regiones de España, a la sazón País Vasco y Cataluña, conocen de manera despectiva como maquetos o charnegos. No es el caso. Aquí en Babia, el desconocimiento de lo que queda del pachuezo por parte de los de fuera es más motivo de chanza que de otra cosa. Por lo demás mi interés tiene más que ver con la curiosidad sobre los temas de antropología social que ha ido adueñándose poco a poco de las entradas de esta blog. Tampoco me preocupa en exceso cual pueda ser el rol que me corresponda en este pequeño universo social de La Majúa, aunque si me intriga, la verdad.
Antaño sin duda la cuestión era más sencilla. Las gentes llegadas de fuera (cónyuges, menores llegados a llenar la casa de unos tíos sin descendencia, criados o criadas a la postre asentados en el lugar, etcétera) se incorporaban a la rutina del lugar: campesinos eran y campesinos seguían siendo. El avecindamiento era cuestión perfectamente regulada en las ordenanzas concejiles, en las cuales la naturalización se solía resolver con el pago de unos azumbres de vino. En el caso de gentes de otra ocupación, como curas o maestros, el respeto y la obligación debida primaban sobre cualquier otra consideración; cobraban su sueldo, o sus diezmos, y dejaban un recuerdo más o menos afortunado en la memoria colectiva del lugar. Algo parecido ocurría, pero sin respeto ni obligación, en el caso de otras gentes que se empleaban como criados o pastores.
Hoy en día la cosa ha cambiado sustancialmente; primero fue el éxodo rural, con una legión de campesinos obligados a dejar su pueblo y cambiar de aires y de oficio. Cosas del destino, con el paso de los años van siendo legión los que vuelven al pueblo a pasar los periodos vacacionales o los habitantes de las ciudades que adquieren una propiedad en el pueblo, seducidos por las supuestas bondades de la vida en el campo.
Desde el punto de vista de los que vuelven en la actualidad sus ojos hacia los ámbitos rurales hay diversidad de actitudes: merinas, churras y entrefinas, diría yo.
Al igual que en su tiempo debieron formarse algunos rebaños de piaras, el rebaño de las churras empezó a armarse con la escusa formada por los del haiga, vueltos a su tierra natal mirando por encima del hombro a gentes tan poco civilizadas como sus paisanos. Siguen hoy llegando gentes que no quieren, o no pueden, adaptar sus esquemas mentales urbanos a la realidad de las sociedades rurales.
Las merinas, ganado menguante hoy en día, son también escasas en el ámbito metafórico en el que nos movemos. Lo que se ha venido en conocer como neorrurales son gentes llegadas a los pueblos con intención de integrarse en la sociedad de los mismos. Rara vez campesinos, generalmente se ocupan en trabajos relacionados con la artesanía, el turismo rural, etcétera. Su aceptación por parte de los naturales depende de diversos factores; en algunos casos, una actitud participativa, respetuosa y solidaria para con los viejos —dice mi padre, octogenario, que él no es de la tercera edad, que es viejo y a mucha honra— en muchos casos necesitadas de compañía y ayuda hace que sean adoptados con entusiasmo por la comunidad. En otros, cierta extravagancia en el vestir y en las costumbres, ciertas actitudes poco flexibles (como un ecologismo de principios inamovibles) o, simplemente, la ausencia de una voluntad de relación conducen a una demonización (que si fuma porros, que si no se lava ni el día de Nuestra Señora,…) o, cuando menos, a la ignorancia mutua.
Por lo que respecta al hato de las entrefinas lo integran aquellos fijos discontinuos a los que de verdad les gusta lo rural, aunque no procedan de este mundo y que llegan al pueblo o bien con una cierta predisposición para la aculturación o bien con la intención, más pragmática, de guiarse por la máxima de que “donde fueres, haz lo que vieres”.
Hecha la taxonomía, un tanto borgiana para no perder la costumbre (por mezclar criterios dispares, como la actitud o el tiempo de permanencia), de aquellos que vienen a alterar ese remanso de paz de la aldea bardina, vamos a intentar reflexionar acerca de la posición de los forasteros en la sociedad rural. Los del haiga y descendientes o los demasiado alternativos, enemigos declarados, ya no impresionan. Los indiferentes, sean de raza churra o merina, ni fu ni fa. ¿Y el resto? ¿Son amigos para el dicho [1], en el sentido aquí de ser considerados integrantes plenos de la comunidad? No lo creo. ¿Es malo que sean considerados forasteros? Tampoco lo creo.
Me sigue molestando sobremanera que a veces, tras mucho tiempo devanándome los sesos intentando sintetizar algo y enunciar alguna proposición que arroje luz sobre ese algo, una lectura determinada me quite ese privilegio del que innova. Es entonces cuando sólo me consuela la sabiduría de los hermanos Bobo [2] y, honrado como soy, me veo obligado a hacer partícipes a los lectores de la entrada del pensamiento de otro más vivo que yo, en este caso, como no, John Berger [3]. Para mí que o bien el susodicho no sólo anduvo de filandón por estas tierras sino que residió en ellas largo tiempo, o bien va a resultar que a veces los árboles nos impiden ver el bosque, esto es, que realmente hay una especie de globalidad rural más allá de ciertos matices locales. Un inciso. De momento me han podido razonamientos de este peculiar pensador marxista más o menos asépticos desde el punto de vista ideológico, pero “no digas de esta agua no beberé y este cura no es mi padre”. Vade retro
“Los campesinos suelen estar interesados en el mundo allende los límites del pueblo. Y, sin embargo, es muy raro que un campesino pueda trasladarse de un sitio a otro sin dejar de ser campesino. No puede escoger su residencia. Por consiguiente, parece lógico que trate el lugar en donde ha nacido como el centro del mundo. Por el hecho de no pertenecer a ese centro, el forastero será siempre forastero”
“No obstante, con tal de que sus intereses no entren en conflicto con los de sus vecinos (y es muy probable que esto suceda en cuanto compre tierra o construya) y con tal de que pueda reconocer el retrato ya existente (y eso implica algo más que el mero reconocimiento de los nombres y las caras), el también puede contribuir al mismo [se refiere aquí Berger al cotilleo, al retrato comunal], modestamente, pero de un modo que le es único. Y uno debe tener siempre presente que la realización de ese continuo retrato comunal no es simple vanidad o pasatiempo; es un aparte orgánica de la vida del pueblo”
“En la continua realización del retrato, al que cada testigo añade un comentario o una faceta nueva, también puede contribuir, bajo ciertas circunstancias, aquel forastero que sea asimismo testigo. ¿Qué respuesta dará él, el forastero, a aquellas cuestiones que permanecen abiertas?”
Amén.
La línea que separa a los forasteros a secas de los forasteros integrados en la comunidad en el sentido de J. Berger es casi imperceptible; esta integración se arma base de pequeñas cuestiones que reflejan circunstancias notables. Primeramente dejan de mofarse de ti a base de evidencias, como la de la dentadura de arriba de las vacas. En seguida dejan también de sonreírse al usar determinadas palabras o expresiones del pachuezo (estruchar, suétano, bruñío, enguichaperros, “es de terrecer”), más o menos cuando se dan cuenta de que ya las conoces y no pones cara de bobo al oírlas. Más adelante comienzan a mencionar lugares (“estuvimos segando en el Rebordillo”) sin verse obligados a explicar su situación geográfica. Por último, van asociando a tu persona circunstancias y rasgos (andariego y montuno, “sabe encontrar los mojones con un aparato” [4], peculiar en el vestir, no bebe). De manera a veces imperceptible, su actitud hacia tu persona va cambiando: te consideran útil para echar una mano en ciertas faenas del campo, no te sacan la vajilla del obispo cuando comes o tomas café en su casa, etcétera. Pasan a considerarte digno de entrar a formar parte del retrato comunal en cuanto actor más o menos activo de la vida del pueblo y en el filandón sigues siendo preferentemente oyente pero poco a poco va ganando peso tu aportación.
Last but not least, sigues siendo forastero. Tu mentalidad sigue siendo distinta a la de los naturales en muchos aspectos que tienen que ver con el medio ambiente, las relaciones sociales,… Ellos lo saben y tú lo sabes. No obstante, resuelves tu relación con ellos mediante una solución de compromiso que implica flexibilidad mutua.
Epílogo:
Suena el móvil, interrumpiendo la para mí sagrada costumbre de la siesta.
—Bájate a casa que tomamos un café rápido y nos vamos a empacar pitando al Diestro, que en seguida se mete el otanu en Moronegro y se reviene la hierba. Mañana nos meten el agua en lo segado, así que hay que acabar hoy como sea.
Dos centenares de alpacas en las tenadas después, llega la hora de la cena y la conversación sobre lo divino y lo humano,… del retrato comunal.
—¡Pues vaya planazo, dirán algunos!
Quizás sea por estos y otros ratos por los que servidor, aún forastero, va teniendo un sitio especial en su corazón para estos bardines. Lo de la siesta no se lo consiento yo a cualquiera…

[1] Se atribuye al falangista José Antonio Girón la popularización de la consigna que reza: “al amigo, hasta el culo; al enemigo, por culo y al indiferente, la legislación vigente”.
[3] John Berger, Puerca tierra, 1989, Madrid, Alfaguara, pp.18-28.
[4] Cuando pienso en ese cierto rol de hechicero que, de calecho en calecho, me han ido asignando las gentes del lugar no puedo por menos que sonreírme. La pátina de brujería me viene de estar práctico en cosa tan nimia como buscar mojones con ayuda de un GPS. Bien es cierto que para algunos estas habilidades no tienen parangón, ni fiabilidad, a la luz de las enseñanzas del antiguo maestro del lugar, el cual, como es lógico, enseñaba los principios de la agrimensura de acuerdo con el estado del arte de su tiempo. Y cuando me percato del escepticismo que deja entrever la mirada de algún osado que ha tenido la ocurrencia de preguntarme acerca de los principios de los Sistemas de Posicionamiento Global no puedo por menos que recordar la escena de la película El inglés que subió una colina y bajó una montaña en la cual uno de los hermanos Bobo le hace a Reginald, el más joven de los dos cartógrafos ingleses, ocupado en explicar a la gente algunas técnicas topográficas básicas, la pregunta del millón:
—¿Y quien midió la primera colina?


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