lunes, 19 de noviembre de 2012

Pequeñas historias del país bardín (i): haciendo de la burla arte

No se recordaba otra igual por estos pagos desde que al pobre Aladro los mozos de La Majúa le hicieron creer que un carnicero tenía la intención de montar una fábrica de embutidos al pie de la Cascada del Canalón. En esa fábrica –le decían– entrarán los cerdos vivos por un lado y saldrán los chorizos por el otro. Si los chorizos no están al gusto no hay problema, se invierte el sentido de las máquinas y vuelven a salir los cerdos. Lo de Aladro era ingenuidad y lo demás cuento: entre calibanes y campanillos de cortejar le traía mártir una mocedad falta de divertimentos y también un poco sobrada de crueldad[1].
La verdad es que, en cuanto a simpleza y puerilidad, cerca le anduvo uno que se dice familiar de la nobleza el día en que bajó del monte anunciando que el Pozo Lao se había secado pasando a ser un chaguazo de reducidas dimensiones. Por cierto que, al saber de tal insensatez, que fue merecedora de unas sentidas y celebradas coplas [2], los mayores del lugar hicieron memoria del sucedido en torno a esta charca hace ya décadas: parece ser que los bardines tuvieron la idea de agrandar el desagüe natural de la charca para incrementar el caudal del río y hacer más holgado el riego aguas abajo. Enterados de lo cual parece que protestaron y gallearon, amagando pleito, los vecinos de no se que pueblo vecino según los cuales el agua de la charca avenaba subterráneamente hacia una de sus fuentes; parece ser que la amenaza paralizó sine die la ejecución de tamaña obra de ingeniería. Pero eso es otra historia…
No digas de esta agua no beberé y este cura no es mi padre. Sabias palabras, sin duda. Tras meses de hacer mofa inmisericorde del hermano del noble, resulta que a la postre un conocido mío pasará a hacerle compañía en la lista de los pardillos que han sido víctimas de las mofas de los naturales del país bardín. Ya se sabe: que si te preguntan por la dentadura de arriba de las vacas, que si se lamentan de lo mal que han colocado este año la Peña del Cinto
En su caso se la metieron doblada con lo del gocho.
Enterados unos cuantos desocupados de su intención de avecindarse en la localidad, pronto empezaron a maquinar la manera de celebrar como Dios manda su inclusión en el padrón. Como quiera que aquí forastero es más o menos sinónimo de ingenuo, inocente, candoroso, crédulo, cándido, simple y aun tonto, bobo, memo, zoquete o mentecato, algunos eran partidarios de la chanza de los gamusinos o los calibanes (más local esta última).
— ¡Tais peor que Aladro! —dijo una voz autorizada que invitó a desechar tales burlas por muy nombradas y demasiado simples.
— ¡Orca! ¡La del gocho de las ordenanzas! —apuntó otro que, al ver la aceptación de su idea, comenzó a pergeñar el plan. Razonó que el forastero se interesaba a menudo por las cosas de la tradición, siendo así que, además de algo preguntón, era el único al que parecían agradar las batallitas de los abuelos.
De gancho, alguien de su familia política, que seguro que se la cuela mejor. Me juego lo que sea a que el tío Domingo no le hace ascos a la farsa —dijo alguien.
Dicho y hecho. A la primera oportunidad —una porfía de las habituales sobre si el chorizo está o no pasado de pimiento—, el tío Domingo encauzó el calecho y lo encarriló a dominios propicios para el enredo.
Desde luego que el embutido ya no es sombra de lo que era. Para mí que el problema es que ya no hiela como antes —empezó diciendo Domingo.
Aunque también puede ser —se corrigió a si mismo— cosa de la alimentación. Bien recuerdo cuando, de críos, éramos los encargados de llenar un costal de ortigas[3], corrulluela[4] o garbazas[5] para completar el menú de los gochos: harina de centeno, tercerilla[6], deburas[7], cocimientos de mondas y sobras… Por cierto, que cosa curiosa fue sin duda lo bien que les fue a los cerdos la época de la Guerra...estrecheces para los bardines y opulencia para aquéllos a costa de las sobras de los militares que paraban en los puestos de Feisgayoso y el Alto de La Cerca.
Ciertamente no sería mal menú —añadió alguien— si no fuera porque era como la última comida del condenado…
Hablando de animal tan poco noble pero de tan sabroso aprovechamiento, sobrino, habrás de buscar fecha y matachín para lo del gocho —le dijo el anciano como de pasada a su sobrino político— que los de la casa ya no tenemos edad de andar hincando el cuchillo.
¿Para qué del gocho? —preguntó ingenuo mi amigo sin darse cuenta de que se estaba condenando…
El tío Domingo le explicó solícito que, según las ordenanzas, el concejo proporcionaba al nuevo avecindado “seis celemines de huerto para sembrar hortaliza y un gocho bien cebado para el tiempo de la Inmaculada”. Todo ello con la intención de aliviar los inconvenientes de asentarse y abrir casa nueva y de mostrar buena voluntad al recién llegado.
¿Se acuerdan Ustedes de la escena de la película Recluta con niño, en la que Miguel Cañete (José Luis Ozores) pretendía entregarle un pollo al sargento Palomares (Manolo Morán)? Pues eso…
Pasado el bochorno de lo que vino despuésde ajustar matarife, invitar a parientes y comprar pimiento y tripa, resultó ser que en las ordenanzas de antaño si que se estipulaba que los nuevos avecindados habían de convidar a los naturales con una cántara de vino,… dos según la ordenanza bufa si el susodicho evidenciaba sin sombra de dudas la cualidad de pardillo.
Cara le ha salido a mi conocido la intención de ahorrase algunos cuartos del pago de tributos, tasas y gravámenes de todo tipo, cargas más livianas aquí que en la gran ciudad.
Mira que hay que andar con pies de plomo con estas gentes del país bardín

[2] http://www3.unileon.es/personal/wwgerips/Romance.rar
[3] DRAE: “1. f. Planta herbácea de la familia de las Urticáceas, con tallos prismáticos de seis a ocho decímetros de altura, hojas opuestas, elípticas, agudas, aserradas por el margen y cubiertas de pelos que segregan un líquido urente, flores verdosas en racimos axilares y colgantes, las masculinas en distinto pie que las femeninas, y fruto seco y comprimido. Es muy común en España”.
[4] Debía ser correhuela, Convolvulus arvensis.
[5] Debía ser carbaza, Rumex crispus, planta que en algunos lugares conocen como engordapuercos
[6] DRAE: “Salvado: 1. m. Cáscara del grano de los cereales desmenuzada por la molienda”.
[7] Leche de la que se ha separado la nata. Leche desnatada. Deburar. es “Separar la nata de la leche. Extraer la nata para dejar la debura sola y de ella, sacar la mantequilla. Se puede hacer de dos maneras: dejar reposar la leche en la olla para que se decante la nata en la parte superior, o bien de forma más moderna, mecánica-manual, con unas rudimentarias máquinas centrifugadoras, llamadas desnatadoras”.

martes, 24 de julio de 2012

#ElOsoEnLaChamuerga

Va a resultar que a veces conviene hacer cosas un tanto descabelladas para ir al encuentro del destino. Como por ejemplo, subir a La Solana a comer la merienda una tarde que, aún siendo veraniega, nos regalaba con todo tipo de meteoros más propios de otras estaciones: frío, lluvia, niebla… La disculpa, subir a ver si las yeguas de Manolo paraban en Veiga Redonda o bien, como es su costumbre, habían emigrado a terrenos del vecino pueblo de Torre.
El crepúsculo es buena hora para ver todo tipo de animales que, tras pasar el día encamados entre la vegetación, se desperezan para empezar su particular jornada y satisfacer sus necesidades alimenticias. En nuestro bajar de los puertos, tras dar buena cuenta de la pitanza, y llegando ya a la Cruz de los Caminos, Manolo nos alerta de algo que se mueve en el piornal.
— ¡Pedazo de jabalí!
Pues va a ser que no; el bicho se yergue y nos mira fugazmente para dejarse caer de nuevo sobre sus cuartos delanteros y perderse en las profundidades del piornal.
— ¡Los cojones jabalí! ¡Es un oso!
Al día siguiente, esos escasos segundos en los que tuvimos el raro privilegio de ver al oso se convierten rápidamente en el trending topic de este comienzo de verano en el país bardín. No en vano son muchos los paisanos que, ya octogenarios y fartos de monte y de veceras, nunca tuvieron ocasión de ver al oso.
Se rememoran viejas anécdotas. Al día siguiente, Paulino me cuenta como en cierta ocasión en que guardaba las magüetas en la Cuesta Lao, un par de ellas se le metieron en el abedular.
Entré a buscarlas y me encontré de bruces con una osa acompañada de dos oseznos. ¡No me alcanzaba el perro!
No le entiendo muy bien en lo del perro, hasta que me aclara la cosa.
Vamos, que si la osa alcanza a alguien, que no fue el caso de que le diera por perseguirnos, hubiera sido al perro o a las magüetas, que lo que es a mí…
Ardoncino, por su parte, insiste en preguntarme por el hocico del bicho. Afirman algunos naturales que hay un grupo de osos de focico alargado que son formigueros. Me hago el loco por no entrar en polémicas. Para mí pienso, eso sí, en esa peculiar mitología local armada en torno a algunas cuestiones faunísticas, en especial en lo referido a las serpientes, bien sea las que hipnotizan pájaros, las que ruedan por las laderas hermanadas formando grandes bolas o las que arrojan los ecologistas desde helicópteros para servir de alimento a las aves rapaces.
Va a ser que conviene no mofarse de estos saberes populares por cuanto que muchos de ellos guardan una relación, más o menos laxa, más o menos alejada, con verdades reconocidas como tales en el ámbito de las ciencias. Vamos, que gentes más doctas que un servidor en lo relacionado con el Ursus arctos, enterados de la distinción popular entre dos estirpes de osos, hormigueros y mieleros, no hacen mofa de tales creencias sino más bien motivo de reflexión sobre la evolución de la especie[1].
Se polemiza con pasión sobre si el bicho en cuestión estaría rondando las yeguas de Secundino (esperando ser subidas a los puertos en la cimera de Veiga las Cuevas) o las vacas de Manolo y Maribel, aposentadas en la parte bajera del mismo pago. En general la gente piensa en el oso como más amigo de arándanos y otros frutos silvestres, de carroñas y, eso sí, de destrozar truébanos. La escasa fijación del oso con los ganados parece ser consecuencia de la persecución secular, por parte de los naturales, de los ejemplares más carnívoros y agresivos; el predominio de la estirpe vegetariana y esquiva es a su vez la causa de que la gente tenga a este plantígrado en mejor consideración que al vilipendiado lobo [2].
El hecho de que el osu, tímido, huidizo y precavido en su relación con los humanos, se deje ver por estos pagos del país bardín evidencia el aumento de los parajes, cada vez más cercanos al pueblo, “…excluidos de la geografía cotidiana de La Majúa”[3]. El oso se pasea por La Chamuerga, el lobo se atreve a merodear por el pueblo, atacando a un potro en el corral de la casa del tío Juan, la zorra… bueno, lo de la raposa es cosa bien distinta, que siempre fue animal osado en el esquilmo de gallineros…
Last but not least, siempre me acaban pudiendo esas reflexiones acerca de lo imposible del tránsito en muchas zonas del país tomadas por una vegetación arbórea y arbustiva cada vez más exuberante. Al cabo de unos días del encuentro con el plantígrado me entra la morriña esa tan mía de que dentro de poco no habrá quien entre en Guzpilera. De otro lado, pienso (con bastante poco juicio) en la posibilidad de encontrar restos de la presencia del plantígrado al que ya he bautizado como Magüeto (aunque pudiera ser hembra, Magüeta, en ese caso) en forma de excrementos o marcas en capudres, guindales o arandaneras. Ya se sabe que el hombre es el único animal tropieza dos veces en la misma piedra…
Dicho y hecho. Subo por lo que queda del camino del Valle hasta Gazoy y de ahí a El Machadín, peleándome ya de inicio con el robledal que se empeña en frenar mi ascenso. En bajando al Llano de la Pulga, encasquillo, como todos los años, en el brezal y a punto estoy de hacer noche en Guzpilera. En las turberas del mencionado llano me encuentro a las xatas de los asturianos, me reviento los tobillos caminando por este terreno almohadillado y traidor y al final llegó a El Carril aprovechando las veredas del ganado.
Cuando me preguntan por el periplo voy y lo casco. Ya se sabe, carne de mofa y filandón…

[1] Anthony P. CLEVENGER y Francisco J. PURROY (2007): El oso pardo. Un gigante amenazado. León, EDILESA, pp. 34-35
[2] El oso pardo…, ob. cit, pp. 34-35.

jueves, 19 de julio de 2012

Le tocó a La Cervienza

La Pedrona es casi siempre parada obligada para las gentes de edad tras su paseo matutino o vespertino. Es el sitio en el que con más probabilidad puede uno encontrarse a algún prójimo que, no estando apurado por faena alguna que no sea la de controlar la llegada del panadero mientras contribuye al sostenimiento del muro de Rolenda, esté deseoso de pegar la hebra un rato. La conversación suele iniciarse, siempre que no haya de por medio algún deceso u otra circunstancia que se salga de la rutina diaria, esto es, las más de las veces, con algún decir tópico sobre el tiempo y los meteoros más destacados de la semana y sobre el clima de antaño si alguno de aquéllos da pie, circunstancia ésta nada inusual por lo demás.
Siempre hubo tardes estivales con la touca puesta en la cima de Moronegro, o lo que es lo mismo, con el otano echando el frío valle abajo, pero antes los veranos eran veranos y de San Juan adelante calentaba y se podía meter la yerba con ligereza. De un tiempo a esta parte, o le da por llover a destiempo o se ponen días fríos que revienen la yerba para desesperación de los pocos que todavía se ocupan en llenar de alpacas las tenadas.
Cuando las gentes de edad provecta se adentran en el territorio de la nostalgia la conversación se mueve con agilidad por el argumentario variado del ¡qué tiempos aquellos!. Tanto si el paseante tomó el camino de Las Ventanas como si se decantó por el más descansado de las Las Chombas se hablará sin duda acerca del Rebordillo y de la progresiva expansión de un robledal que los viejos del lugar conocieron apretado contra la Peña del Águila en los tiempos en los que aquellas cuestas estaban pobladas de centenos. Lo de que el monte se vaya apropiando de lo que fueron primero sembrados y luego pacederos no lo suelen llevar bien las gentes que en su día se pegaron con los predios con la única ayuda para dar brío al arado de una pareja de vacas.
Sin embargo, algunos bardines ven con buenos ojos que aquéllos pazcones que se van abandonando, malacos por lo demás, vayan siendo poblados por matorrales (yo por mi parte me cagüen las árgumas, aunque también sean Naturaleza, porque su presencia casa mal con mi inveterada costumbre de calzar sandalias y no cubrir las zancas con zajones o similares en mis andanzas por estos montes)[1] y robles[2]. Si sólo lo piensan no hay problema, pero cuando lo dicen, pues se monta el lío.
— Tu dirás lo que quieras, pero da gusto ver la Devesa (se refiere al Villar, lugar al que señala con la cayada) cada vez más cerrada de roble.
— Pues mírala bien que igual de otoñada le pego fuego.
Orca ¡No me jodas! No se que te molesta a ti.
— Pues que no hay quien ande por el monte.
— ¿Pero tu a que vas al monte?...
(La respuesta, tratándose de un prójimo octogenario y que se sepa nada aficionado al senderismo, es evidente y va expresada con la sutileza en el verbo que sólo años de práctica tenaz proporcionan …)
— ¡Tas peor que Aladro! ¡No te jode con el veraneante! ¡Pues a quemar!
Hasta hace no mucho este tipo de conversaciones me provocaban hilaridad cuando pensaba en la peculiar idiosincrasia de algunas de estas gentes. Ahora ya no.
Cuando algún lugareño le pegó fuego al Cuguchón se abrió la veda. Primero estuvieron a punto de liarla y meter el fuego en El Machadín y aún en terrenos del vecino pueblo de Cospedal. Al año siguiente el fuego se movió durante un par de días desde La Machadina hasta las Corras del Cinto, asolando a su paso Los Reirones y Zarameo. De otro golpe a punto estuvo de arder la Devesa del Villar.
Por fin, esta última primavera algún prójimo se entretuvo en pegarle fuego a La Cervienza; lo hizo con saña, chiscando a la altura del río (en las proximidades del paso del río donde en su día estuvo el Pontón de las Piniechas) y por encima del camino: además de los abedules, robles y acebos de La Cervienza se quemó el piornal de La Solana.
Quien fuera se ha cargado de un plumazo una de las joyas botánicas de La Majúa[3], echando por tierra los esfuerzos seculares del común por preservar las pequeñas pero significativas extensiones arboladas[4]. Supongo que el día que le peguen fuego a la Devesa del Machadín se habrán acabado mis días en La Majúa. No me veo yo sentado en el muro del Prao Mateo contemplado un panorama similar al que hoy ofrece La Cervienza
Last but not least, y como quiera que conviene siempre hacer de la necesidad virtud, aproveché el desastre ambiental para acercarme a la Solana Vieja. Era uno de los pocos lugares del país bardín que todavía no había visitado; lo había curioseado con los prismáticos desde Arrajaos, desde Amarillos, desde Veiga la Sierra… Pese a estar a muy poca distancia del camino me daba pereza pelearme con el piornal para llegarme hasta el llano. El pirómano me lo puso en bandeja.
La llanada, protegida al oriente por una impresionante mole de piedra, constituye un paisaje singular del que casi han desaparecido los restos de su rol ganadero en los ya casi finiquitados tiempos de la trashumancia: apenas unas piedras de la horma de un chozo y otras pocas del encerradero de ganado. Ni siquiera los nonagenarios del pueblo conocieron la Solana Vieja haciendo las funciones de majada del puerto homónimo[5].
Lástima que la recreación mental en blanco y negro de los tiempos[6] en que el poderoso convento de El Paular pagaba al común de La Majúa 820 reales de vellón para apacentar sus merinas en las 40 fanegas de este puerto, sea hoy inviable por mor de la corrupción paisajística que, hacia poniente, ensucia los verdes del pasto y los amarillos del matorral en flor con un primer plano grisáceo y triste de las cuestas calcinadas envolviendo al gris verdoso de las cheras
A mayor abundamiento, veo desde el llano el otro abedular, el de la Cuesta Lao, y me entra una desazón y un tembleque de calandracas… que ríete tu de las ensoñaciones pastoriles… Vamos, que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible…

[1] “Matorrales (aulagares) calcícolas espinosos, dominados por Genista hispanica subsp. occidentalis con pastizales vivaces basófilos crioturbados […/…] Este tipo de vegetación mixto, aulagar-pastizal, es bastante corriente y puede aumentar aún más si el abandono de las prácticas ganaderas, mediante pastoreo con ganado ovino y caprino, continúan. Eso favorecerá la invasión de los pastizales por parte de la Genista occidentalis y otras especies arbustivas del aulagar, lo que perjudicará sobre todo a los pastizales psicroxerófilos, que verán su área reducida paulatinamente” Emilio PUENTE et al. (2005): Memoria. Espacio Natural del Valle de San Emiliano. Cartografía Detallada de Hábitats del Anexo I de la directiva 92/43/CEE a Escala 1:10.000 en Diversos Espacios Incluidos en la Red Natura 2000, Valladolid, Universidad de Salamanca - Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, pp. 198-99.
[2] “Bosques caducifolios (melojares) acidófilos con matorrales (piornales) silicícolas, supramediterráneos y supratemplados de suelos profundos […/…] Los melojares o rebollares de Quercus pyrenaica, son uno de los bosques que más extensión territorial potencial tendrían en la zona, en suelos profundos ácidos del horizonte supratemplado inferior submediterráneo, húmedo e hiperhúmedo. La utilización tradicional del territorio para pastos y la tala de estos robles para utilizarlos como combustible, han diezmado sus áreas y hacen que, en muy pocos casos, estos bosques hayan adquirido gran desarrollo. Lo normal es encontrar bosquetes de melojos de baja talla y grosor. Los cambios recientes (calefacción de gasoil) han llevado a que las talas hayan disminuido mucho. Si a esto unimos el abandono de la ganadería y por tanto una menor presión ganadera, encontramos la explicación para los muchos casos encontrados de áreas en las que está rebrotando el melojo. Esto augura buenas perspectivas para su recuperación” (Memoria…, ob. cit., pp. 269-270).
[3] “Bosques caducifolios (abedulares) silicícolas orocantábricos del Betulion fontqueri-celtibericae (Luzulo henriquesii- Betuletum celtibericae) […/…] De no existir talas abusivas y dado que la presión ganadera parece estar disminuyendo, deberían ir a más y no existirían grandes problemas para su conservación” (Memoria…, ob. cit., p. 282).
[4] En el Catastro de Ensenada (1752) tenemos ya noticia de la escasez de árboles del término. Se menciona en la documentación un gasto del común de “…veintte y quattro reales de la leña que compran a los lugares ymmediattos” (Respuestas Generales), más detalladamente, “Ytem paga estte comun a los lugares de Quiros y Teberga veintte y quattro reales por corte de madera para la refaccion de las casas que sacan de los monttes de sus términos” (Libro 1º seglares).
[5] Por lo que voy descubriendo, todos los puertos tuvieron en otros tiempos majadas más cimeras que debieron ser abandonadas, antes del nacimiento de los que hoy son los mayores del lugar, en beneficio de localizaciones mas bajeras, no se si por ser más fáciles de abastecer desde las roperías, por comodidad de los pastores, por permitir a éstos socializar algo con los pastores de majadas vecinas o por mejor acomodo y defensa del ganado.
[6] 1752, Catastro de Ensenada.

martes, 7 de febrero de 2012

Algunos recuerdos apresurados

   Esforzándose en ser feliz
Recuerdo bien como, con ocasión de alguna conversación sobre tal o cual conocido empeñado en enterrarse en vida tras enviudar o perder algún ser querido, mamá me decía con aquel desenfado suyo:
—Ya le he dicho a vuestro padre que, si yo falto, que no se le ocurra ni amargarse ni amargarle la vida a nadie.
Pocas veces hablé con papá de su actitud vital tras la muerte de mamá (y la posterior de Pablete). No obstante, siempre he creído saber cuáles eran los principales vectores de la misma. No por cierta infusa, sino más bien por una cierta empatía y, sobre todo, por los contenidos difusos de nuestras largas conversaciones. En algunas de ellas hablamos tanto de mi abuelo Abraham como de uno de sus libros de cabecera, las memorias de Julián Marías. Enfrentados ambos, el abuelo y el filósofo, a una circunstancia similar a la de papá (una viudez prematura tras años de amor y compenetración, de dependencia respecto a una esposa insustituible), afrontaron el resto de su existencia apelando al sentido del decoro (con una mezcla de disciplina y de voluntad de no ser un lastre emocional para los seres queridos) y a la fé. Creo que, a la postre, papá llegó a hacer sabio el consejo de mamá y, desde la serenidad, supo ocupar mucho de su tiempo con circunstancias dichosas. Para los malos ratos quedaban las visitas a la sepultura familiar (¡cuántas conversaciones hubo de tener con mamá y cuántos consejos y alientos hubo de pedirle allí o en cualquier otro lugar!) o la simple meditación. La generosidad de tal actitud es para mí motivo de orgullo y agradecimiento, más aun teniendo en cuenta que con toda seguridad le privó de algún desahogo. Por no molestar, ya se sabe…
   A las puertas del más allá
Cuando pienso en la serenidad con que papá afrontó sus últimos días de vida me viene a la mente un diálogo de las novela Las uvas de la ira, de John Steinbeck, entre Sairy (la Sra. Wilson) y Casy (el predicador). Es tal que así:
—Yo no tengo Dios —dijo él.
—Usted tiene un Dios. Da lo mismo que no sepa usted qué aspecto tiene…
De un parte, siento sana envidia de papá por haber podido afrontar esos momentos con la inestimable ayuda de la solidez de sus creencias religiosas. De la misma manera que nunca olvidaré la postrer y pequeña lágrima con la que mi hermano Pablo nos hizo ver, en sus últimos momentos, su pena por lo que dejaba tras de sí, tampoco se perderá en mi memoria la expresión de íntima satisfacción y sosiego que creí apreciar en el rostro de mi padre, por encima de los signos de deterioro físico, en el momento de recibir la extremaunción.
De otra, y aunque probablemente mi Dios sea, en cuanto difuso, más parecido al de Casy que al de papá, me siento profundamente agradecido, tanto a él como a mamá, por haber contribuido decisivamente a crear ese sólido armazón de valores que dan sentido último a mi vida.
   El saber
No siempre el personal médico se da cuenta de que los enfermos son algo más que enfermos y de que no son una masa homogénea. Creo que esto les ocurre especialmente con los viejos, a los que, sin duda sin mala intención y casi siempre con gran cariño, a menudo tratan como si fueran un tanto lelos. A uno de estos profesionales poco avispados le dedicó mi padre una de sus últimas ironías. Lástima que, por sutil, seguramente la interfecta no la percibiera como tal. La conversación fue tal que así:
—Isidro, te vamos a poner un enema. ¿Sabes lo que es un enema?
—Si, señorita.
—¿Y un edema?
—Si, señorita. Una acumulación de líquido seroso.
—¿Estudiaste medicina?
—No señorita. Derecho… y el bachillerato.
Nunca he dejado de asombrarme del bagaje cultural de mi padre y, más aún, de su inagotable ansia de saber; siendo un hombre de latines, en su esfuerzo por desenvolverse en el ámbito de lo que venimos conociendo como tecnologías de la información pude apreciar un concepto de la vejez más como circunstancia que como limitación. También en este caso me siento agradecido por una herencia de la que ya hace tiempo disfruto: más que a los estudios —que también— me refiero al haber disfrutado de un ambiente familiar que a la postre me ha proporcionado la dicha de sentir una íntima satisfacción, creo que por casi nada superada, en cada acercamiento, más o menos modesto, a la cosa del saber…

Last but not least, estos recuerdos —que no pretenden componer un panegírico, sino más bien compartir algunos retazos de esos pensamientos desordenados que ocuparon mi mente estas pasadas Navidades— se van uniendo al acervo de los Prieto Sarro, armando poco a poco un territorio para la memoria de nuestra estirpe en el que ya habitan mamá, Pablete y papá. Es una geografía del pasado familiar que habremos de esforzarnos en transmitir a nuestras generaciones venideras. No es ni mejor ni peor que la de los demás… es la nuestra. En lo que a un servidor respecta, doy gracias a mi Dios por sentirme orgulloso de los míos, de los que están y de los que se fueron.
Los Prieto Sarro —y allegados, a los que apabullaremos con nuestro verbo— nos veremos en la próxima sobremesa alborotada y ruidosa, de gentes que se desgañitan y polemizan con pasión, de chanza y mofa de lo propio y lo ajeno y de recuerdos agradecidos de correrías infantiles y juveniles. Como siempre, habrá cariño y pasión en torno a la mesa. Buena mezcla, oiga...

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