La Pedrona es casi siempre parada obligada para las gentes de edad tras su paseo matutino o vespertino. Es el sitio en el que con más probabilidad puede uno encontrarse a algún prójimo que, no estando apurado por faena alguna que no sea la de controlar la llegada del panadero mientras contribuye al sostenimiento del muro de Rolenda, esté deseoso de pegar la hebra un rato. La conversación suele iniciarse, siempre que no haya de por medio algún deceso u otra circunstancia que se salga de la rutina diaria, esto es, las más de las veces, con algún decir tópico sobre el tiempo y los meteoros más destacados de la semana y sobre el clima de antaño si alguno de aquéllos da pie, circunstancia ésta nada inusual por lo demás.
Siempre hubo tardes estivales con la touca puesta en la cima de Moronegro, o lo que es lo mismo, con el otano echando el frío valle abajo, pero antes los veranos eran veranos y de San Juan adelante calentaba y se podía meter la yerba con ligereza. De un tiempo a esta parte, o le da por llover a destiempo o se ponen días fríos que revienen la yerba para desesperación de los pocos que todavía se ocupan en llenar de alpacas las tenadas.
Cuando las gentes de edad provecta se adentran en el territorio de la nostalgia la conversación se mueve con agilidad por el argumentario variado del ¡qué tiempos aquellos!. Tanto si el paseante tomó el camino de Las Ventanas como si se decantó por el más descansado de las Las Chombas se hablará sin duda acerca del Rebordillo y de la progresiva expansión de un robledal que los viejos del lugar conocieron apretado contra la Peña del Águila en los tiempos en los que aquellas cuestas estaban pobladas de centenos. Lo de que el monte se vaya apropiando de lo que fueron primero sembrados y luego pacederos no lo suelen llevar bien las gentes que en su día se pegaron con los predios con la única ayuda para dar brío al arado de una pareja de vacas.
Sin embargo, algunos bardines ven con buenos ojos que aquéllos pazcones que se van abandonando, malacos por lo demás, vayan siendo poblados por matorrales (yo por mi parte me cagüen las árgumas, aunque también sean Naturaleza, porque su presencia casa mal con mi inveterada costumbre de calzar sandalias y no cubrir las zancas con zajones o similares en mis andanzas por estos montes)[1] y robles[2]. Si sólo lo piensan no hay problema, pero cuando lo dicen, pues se monta el lío.
— Tu dirás lo que quieras, pero da gusto ver la Devesa (se refiere al Villar, lugar al que señala con la cayada) cada vez más cerrada de roble.
— Pues mírala bien que igual de otoñada le pego fuego.
— Orca ¡No me jodas! No se que te molesta a ti.
— Pues que no hay quien ande por el monte.
— ¿Pero tu a que vas al monte?...
(La respuesta, tratándose de un prójimo octogenario y que se sepa nada aficionado al senderismo, es evidente y va expresada con la sutileza en el verbo que sólo años de práctica tenaz proporcionan …)
— ¡Tas peor que Aladro! ¡No te jode con el veraneante! ¡Pues a quemar!
Hasta hace no mucho este tipo de conversaciones me provocaban hilaridad cuando pensaba en la peculiar idiosincrasia de algunas de estas gentes. Ahora ya no.
Cuando algún lugareño le pegó fuego al Cuguchón se abrió la veda. Primero estuvieron a punto de liarla y meter el fuego en El Machadín y aún en terrenos del vecino pueblo de Cospedal. Al año siguiente el fuego se movió durante un par de días desde La Machadina hasta las Corras del Cinto, asolando a su paso Los Reirones y Zarameo. De otro golpe a punto estuvo de arder la Devesa del Villar.
Por fin, esta última primavera algún prójimo se entretuvo en pegarle fuego a La Cervienza; lo hizo con saña, chiscando a la altura del río (en las proximidades del paso del río donde en su día estuvo el Pontón de las Piniechas) y por encima del camino: además de los abedules, robles y acebos de La Cervienza se quemó el piornal de La Solana.
Quien fuera se ha cargado de un plumazo una de las joyas botánicas de La Majúa[3], echando por tierra los esfuerzos seculares del común por preservar las pequeñas pero significativas extensiones arboladas[4]. Supongo que el día que le peguen fuego a la Devesa del Machadín se habrán acabado mis días en La Majúa. No me veo yo sentado en el muro del Prao Mateo contemplado un panorama similar al que hoy ofrece La Cervienza…
Last but not least, y como quiera que conviene siempre hacer de la necesidad virtud, aproveché el desastre ambiental para acercarme a la Solana Vieja. Era uno de los pocos lugares del país bardín que todavía no había visitado; lo había curioseado con los prismáticos desde Arrajaos, desde Amarillos, desde Veiga la Sierra… Pese a estar a muy poca distancia del camino me daba pereza pelearme con el piornal para llegarme hasta el llano. El pirómano me lo puso en bandeja.
La llanada, protegida al oriente por una impresionante mole de piedra, constituye un paisaje singular del que casi han desaparecido los restos de su rol ganadero en los ya casi finiquitados tiempos de la trashumancia: apenas unas piedras de la horma de un chozo y otras pocas del encerradero de ganado. Ni siquiera los nonagenarios del pueblo conocieron la Solana Vieja haciendo las funciones de majada del puerto homónimo[5].
Lástima que la recreación mental en blanco y negro de los tiempos[6] en que el poderoso convento de El Paular pagaba al común de La Majúa 820 reales de vellón para apacentar sus merinas en las 40 fanegas de este puerto, sea hoy inviable por mor de la corrupción paisajística que, hacia poniente, ensucia los verdes del pasto y los amarillos del matorral en flor con un primer plano grisáceo y triste de las cuestas calcinadas envolviendo al gris verdoso de las cheras…
A mayor abundamiento, veo desde el llano el otro abedular, el de la Cuesta Lao, y me entra una desazón y un tembleque de calandracas… que ríete tu de las ensoñaciones pastoriles… Vamos, que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible…
Siempre hubo tardes estivales con la touca puesta en la cima de Moronegro, o lo que es lo mismo, con el otano echando el frío valle abajo, pero antes los veranos eran veranos y de San Juan adelante calentaba y se podía meter la yerba con ligereza. De un tiempo a esta parte, o le da por llover a destiempo o se ponen días fríos que revienen la yerba para desesperación de los pocos que todavía se ocupan en llenar de alpacas las tenadas.
Cuando las gentes de edad provecta se adentran en el territorio de la nostalgia la conversación se mueve con agilidad por el argumentario variado del ¡qué tiempos aquellos!. Tanto si el paseante tomó el camino de Las Ventanas como si se decantó por el más descansado de las Las Chombas se hablará sin duda acerca del Rebordillo y de la progresiva expansión de un robledal que los viejos del lugar conocieron apretado contra la Peña del Águila en los tiempos en los que aquellas cuestas estaban pobladas de centenos. Lo de que el monte se vaya apropiando de lo que fueron primero sembrados y luego pacederos no lo suelen llevar bien las gentes que en su día se pegaron con los predios con la única ayuda para dar brío al arado de una pareja de vacas.
Sin embargo, algunos bardines ven con buenos ojos que aquéllos pazcones que se van abandonando, malacos por lo demás, vayan siendo poblados por matorrales (yo por mi parte me cagüen las árgumas, aunque también sean Naturaleza, porque su presencia casa mal con mi inveterada costumbre de calzar sandalias y no cubrir las zancas con zajones o similares en mis andanzas por estos montes)[1] y robles[2]. Si sólo lo piensan no hay problema, pero cuando lo dicen, pues se monta el lío.
— Tu dirás lo que quieras, pero da gusto ver la Devesa (se refiere al Villar, lugar al que señala con la cayada) cada vez más cerrada de roble.
— Pues mírala bien que igual de otoñada le pego fuego.
— Orca ¡No me jodas! No se que te molesta a ti.
— Pues que no hay quien ande por el monte.
— ¿Pero tu a que vas al monte?...
(La respuesta, tratándose de un prójimo octogenario y que se sepa nada aficionado al senderismo, es evidente y va expresada con la sutileza en el verbo que sólo años de práctica tenaz proporcionan …)
— ¡Tas peor que Aladro! ¡No te jode con el veraneante! ¡Pues a quemar!
Hasta hace no mucho este tipo de conversaciones me provocaban hilaridad cuando pensaba en la peculiar idiosincrasia de algunas de estas gentes. Ahora ya no.
Cuando algún lugareño le pegó fuego al Cuguchón se abrió la veda. Primero estuvieron a punto de liarla y meter el fuego en El Machadín y aún en terrenos del vecino pueblo de Cospedal. Al año siguiente el fuego se movió durante un par de días desde La Machadina hasta las Corras del Cinto, asolando a su paso Los Reirones y Zarameo. De otro golpe a punto estuvo de arder la Devesa del Villar.
Por fin, esta última primavera algún prójimo se entretuvo en pegarle fuego a La Cervienza; lo hizo con saña, chiscando a la altura del río (en las proximidades del paso del río donde en su día estuvo el Pontón de las Piniechas) y por encima del camino: además de los abedules, robles y acebos de La Cervienza se quemó el piornal de La Solana.
Quien fuera se ha cargado de un plumazo una de las joyas botánicas de La Majúa[3], echando por tierra los esfuerzos seculares del común por preservar las pequeñas pero significativas extensiones arboladas[4]. Supongo que el día que le peguen fuego a la Devesa del Machadín se habrán acabado mis días en La Majúa. No me veo yo sentado en el muro del Prao Mateo contemplado un panorama similar al que hoy ofrece La Cervienza…
Last but not least, y como quiera que conviene siempre hacer de la necesidad virtud, aproveché el desastre ambiental para acercarme a la Solana Vieja. Era uno de los pocos lugares del país bardín que todavía no había visitado; lo había curioseado con los prismáticos desde Arrajaos, desde Amarillos, desde Veiga la Sierra… Pese a estar a muy poca distancia del camino me daba pereza pelearme con el piornal para llegarme hasta el llano. El pirómano me lo puso en bandeja.
La llanada, protegida al oriente por una impresionante mole de piedra, constituye un paisaje singular del que casi han desaparecido los restos de su rol ganadero en los ya casi finiquitados tiempos de la trashumancia: apenas unas piedras de la horma de un chozo y otras pocas del encerradero de ganado. Ni siquiera los nonagenarios del pueblo conocieron la Solana Vieja haciendo las funciones de majada del puerto homónimo[5].
Lástima que la recreación mental en blanco y negro de los tiempos[6] en que el poderoso convento de El Paular pagaba al común de La Majúa 820 reales de vellón para apacentar sus merinas en las 40 fanegas de este puerto, sea hoy inviable por mor de la corrupción paisajística que, hacia poniente, ensucia los verdes del pasto y los amarillos del matorral en flor con un primer plano grisáceo y triste de las cuestas calcinadas envolviendo al gris verdoso de las cheras…
A mayor abundamiento, veo desde el llano el otro abedular, el de la Cuesta Lao, y me entra una desazón y un tembleque de calandracas… que ríete tu de las ensoñaciones pastoriles… Vamos, que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible…
[1] “Matorrales (aulagares) calcícolas espinosos, dominados por Genista hispanica subsp. occidentalis con pastizales vivaces basófilos crioturbados […/…] Este tipo de vegetación mixto, aulagar-pastizal, es bastante corriente y puede aumentar aún más si el abandono de las prácticas ganaderas, mediante pastoreo con ganado ovino y caprino, continúan. Eso favorecerá la invasión de los pastizales por parte de la Genista occidentalis y otras especies arbustivas del aulagar, lo que perjudicará sobre todo a los pastizales psicroxerófilos, que verán su área reducida paulatinamente” Emilio PUENTE et al. (2005): Memoria. Espacio Natural del Valle de San Emiliano. Cartografía Detallada de Hábitats del Anexo I de la directiva 92/43/CEE a Escala 1:10.000 en Diversos Espacios Incluidos en la Red Natura 2000, Valladolid, Universidad de Salamanca - Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, pp. 198-99.
[2] “Bosques caducifolios (melojares) acidófilos con matorrales (piornales) silicícolas, supramediterráneos y supratemplados de suelos profundos […/…] Los melojares o rebollares de Quercus pyrenaica, son uno de los bosques que más extensión territorial potencial tendrían en la zona, en suelos profundos ácidos del horizonte supratemplado inferior submediterráneo, húmedo e hiperhúmedo. La utilización tradicional del territorio para pastos y la tala de estos robles para utilizarlos como combustible, han diezmado sus áreas y hacen que, en muy pocos casos, estos bosques hayan adquirido gran desarrollo. Lo normal es encontrar bosquetes de melojos de baja talla y grosor. Los cambios recientes (calefacción de gasoil) han llevado a que las talas hayan disminuido mucho. Si a esto unimos el abandono de la ganadería y por tanto una menor presión ganadera, encontramos la explicación para los muchos casos encontrados de áreas en las que está rebrotando el melojo. Esto augura buenas perspectivas para su recuperación” (Memoria…, ob. cit., pp. 269-270).
[3] “Bosques caducifolios (abedulares) silicícolas orocantábricos del Betulion fontqueri-celtibericae (Luzulo henriquesii- Betuletum celtibericae) […/…] De no existir talas abusivas y dado que la presión ganadera parece estar disminuyendo, deberían ir a más y no existirían grandes problemas para su conservación” (Memoria…, ob. cit., p. 282).
[4] En el Catastro de Ensenada (1752) tenemos ya noticia de la escasez de árboles del término. Se menciona en la documentación un gasto del común de “…veintte y quattro reales de la leña que compran a los lugares ymmediattos” (Respuestas Generales), más detalladamente, “Ytem paga estte comun a los lugares de Quiros y Teberga veintte y quattro reales por corte de madera para la refaccion de las casas que sacan de los monttes de sus términos” (Libro 1º seglares).
[5] Por lo que voy descubriendo, todos los puertos tuvieron en otros tiempos majadas más cimeras que debieron ser abandonadas, antes del nacimiento de los que hoy son los mayores del lugar, en beneficio de localizaciones mas bajeras, no se si por ser más fáciles de abastecer desde las roperías, por comodidad de los pastores, por permitir a éstos socializar algo con los pastores de majadas vecinas o por mejor acomodo y defensa del ganado.
[6] 1752, Catastro de Ensenada.
[2] “Bosques caducifolios (melojares) acidófilos con matorrales (piornales) silicícolas, supramediterráneos y supratemplados de suelos profundos […/…] Los melojares o rebollares de Quercus pyrenaica, son uno de los bosques que más extensión territorial potencial tendrían en la zona, en suelos profundos ácidos del horizonte supratemplado inferior submediterráneo, húmedo e hiperhúmedo. La utilización tradicional del territorio para pastos y la tala de estos robles para utilizarlos como combustible, han diezmado sus áreas y hacen que, en muy pocos casos, estos bosques hayan adquirido gran desarrollo. Lo normal es encontrar bosquetes de melojos de baja talla y grosor. Los cambios recientes (calefacción de gasoil) han llevado a que las talas hayan disminuido mucho. Si a esto unimos el abandono de la ganadería y por tanto una menor presión ganadera, encontramos la explicación para los muchos casos encontrados de áreas en las que está rebrotando el melojo. Esto augura buenas perspectivas para su recuperación” (Memoria…, ob. cit., pp. 269-270).
[3] “Bosques caducifolios (abedulares) silicícolas orocantábricos del Betulion fontqueri-celtibericae (Luzulo henriquesii- Betuletum celtibericae) […/…] De no existir talas abusivas y dado que la presión ganadera parece estar disminuyendo, deberían ir a más y no existirían grandes problemas para su conservación” (Memoria…, ob. cit., p. 282).
[4] En el Catastro de Ensenada (1752) tenemos ya noticia de la escasez de árboles del término. Se menciona en la documentación un gasto del común de “…veintte y quattro reales de la leña que compran a los lugares ymmediattos” (Respuestas Generales), más detalladamente, “Ytem paga estte comun a los lugares de Quiros y Teberga veintte y quattro reales por corte de madera para la refaccion de las casas que sacan de los monttes de sus términos” (Libro 1º seglares).
[5] Por lo que voy descubriendo, todos los puertos tuvieron en otros tiempos majadas más cimeras que debieron ser abandonadas, antes del nacimiento de los que hoy son los mayores del lugar, en beneficio de localizaciones mas bajeras, no se si por ser más fáciles de abastecer desde las roperías, por comodidad de los pastores, por permitir a éstos socializar algo con los pastores de majadas vecinas o por mejor acomodo y defensa del ganado.
[6] 1752, Catastro de Ensenada.
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