domingo, 8 de agosto de 2010

Viaje al pasado y a la meditación pasando por el Chozo Quirino

Recuerdo que en cierta ocasión me contó Ladislao Morán, patriarca hasta su reciente fallecimiento de los Morán Alonso de La Majúa (más conocidos por aquí como los sastres), que había oído hablar a su abuela, sin duda en algún filandón invernal, de un antiguo camino que comunicaba Corrapilas con la Veiga Murias, lugar este último en el que se plantaban nabos en tiempos pretéritos.
Son historias de la niñez de los hoy octogenarios que nos hablan de un pasado aún más pasado en el que la memoria oral se diluye y pierde precisión. Para La Majúa, fueron también los tiempos de las olleras de La Braña o el cerramiento del Corralón (que Lao no conoció en uso, pero cuyos restos son claramente visibles); de la ermita del Castro y de María el Castro, partera y quién sabe si antigua casera, con su marido, de la ermita citada, de la que Lao y su hermano Ardoncino todavía conocieron torre y campana y cuyos restos pétreos sirvieron para la construcción de la casa de Las Muelas (por cierto que el robo –seguramente perpetrado por algún estudioso- del libro de fábrica de la iglesia de La Majúa nos ha privado de saber más cosas sobre la citada ermita y las causas de su desaparición); del momento indeterminado (seguramente coincidente con algún aumento de población o con un periodo de hambruna) en que El Rebordillo y La Ladrera surgieron como zonas de propiedad particular, como evidencia la forma, disposición y tamaño de las parcelas, tras haberse producido un reparto de tierras comunales, quien sabe si en principio temporal; de la cárcel que da nombre a un barrio de La Majúa (aquel que sigue en sentido descendente al Barrio de Arriba y que precede a los de Pandorado, Corralada, El Otero, La Gallina, La Flor y La Penilla) y del Ayuntamiento que se trasladó a San Emiliano con la complicidad de los bardines, hartos, parece ser, de dar sustento a los parientes y conocidos llegados a la localidad para resolver trámites ante este ente administrativo.
El caso es que el otoño pasado una excavadora rehizo el citado camino para facilitar la tarea de los ganaderos de la localidad. Aprovechando esta circunstancia me propongo recorrer a pie este camino para empaparme sobre el terreno de esa ¿mitología? de nabos cultivados a una altitud de más de 1.500 m. La moderna pista me conduce, tras una dura subida con parada breve en el arroyo que desagua desde las Fuentes de Moronegro para ir a alimentar la cascada del Canalón, al Chozo Quirino. Del citado chozo queda la horma en bastante buen estado.
Tengo entendido que el tal Quirino fue uno de los ganaderos que llevó en arriendo estos parajes para sustento estival de sus rebaños menores. Supongo que el chozo daba servicio al Puerto de Moronegro y, por su situación, quizás fue construido para ser utilizado en los momentos en que los rebaños, agotadas ya las hierbas del puerto, se servían de la ensancha de Los Reirones y Zarameo.
Desde luego que el recorrido no parece apto para carros tirados por pareja de vacas, por lo cual deduzco que, de haber un poso de verdad en la historia de los nabos, el acceso a la Veiga Murias se realizaría con caballerías equipadas con serones. Cosas más difíciles se han visto. No obstante, puede ser que el poso de verdad que normalmente subyace a estas mitologías de filandón haga referencia a un uso distinto y extinto de las zonas de Las Cuartas y Veiga Murias, salpicadas por un sorprendente laberinto de paredes de piedra y hormas de chozos. Quién sabe…
Noticias de estos usos ya desaparecidos he tenido algunas, principalmente a través de mi suegro Alfredo, que recuerda pasar noches invernales en el chozo de la Corra Eugenia (encerradero de ganado para servicio de la Veiga Murias), acompañado por su difunto hermano Pepe en la poco grata tarea de guardar la vecera de los machos. Parece ser que, en ausencia de nieves y a pesar de la gélidas temperaturas, la vecera de los machos era conducida a estos parajes; los guardianes de la vecera habían de enfrentarse a noches interminables en un chozo que, según los viejos de entonces, era barruntón; creo que el calificativo hacía referencia al poco resguardo que el chozo ofrecía frente al frío, con lo cual los agraciados con la tarea de vigilancia pasaban las noches prácticamente en vela, barruntando así por necesidad cualquier problema que aquejara al ganado (por ejemplo, la tan temida visita de los lobos). Tales penalidades debían ser compensadas con el alto precio que se pagaba después de la Guerra Civil por unos al parecer excelentes animales de tiro destinados a ser vendidos en ambas Castillas. Suponían un ingreso en metálico fundamental para la subsistencia familiar en la época de lo que se ha venido en llamar economía de autoabastecimiento y subsistencia. Muchas veces no puedo dejar de sonreir al pensar en la cara de desesperación de aquellos dos jóvenes cuando en cierta ocasión su desayuno (chocolate con leche) se echaba perder por culpa de la desafortunada idea de calentarlo mediante unas rudimentarias pregancias hechas con cuerda y que fueron pasto de las llamas.
Sentado en la parte bajera de la Veiga Murias, con Los Mueclos a mi diestra y el Machadín enfrente, la vista se asoma a territorios antes objeto de tránsito como Los Retornos, Cansapastores o el Arroyo de Fuentestabiernas; hoy están excluidos de la geografía cotidiana de La Majúa, permaneciendo sólo en el recuerdo de los bardines de edad provecta y siendo transitados apenas por alguna yegua despistada, algún andariego impenitente o algún lobo en busca de jabalíes con los que matar el hambre. Por desgracia, el último visitante ilustre de estos parajes fue el fuego que asoló el pasado verano Moronegro, los Reirones, Zarameo, las Corras del Cinto, los Chamargos y las Gualtas y que a punto estuvo de hacer lo propio con el robledal de la Devesa del Villar.
Last but no least, la contemplación de todos estos parajes (y quizás el sol abrasador que va haciendo estragos en mi cabeza) me lleva territorios de reflexión, un tanto etéreos, sobre la naturaleza de mi formación de geógrafo y sobre la imposibilidad de pontificar sobre los usos pasados del territorio, sobre su presente o sobre su futuro sin antes haberse empapado de parajes, de topónimos, de historias localizadas en el tiempo y el espacio; es una Geografía en extremo local que culmina en el momento en el que cada paseo se convierte en una sucesión de parajes que te llevan a evocaciones encadenadas en las que se mezclan distintos tiempos geológicos, restos arqueológicos, noticias del Medievo, reflexiones sobre el contexto económico actual, estadísticas, valoraciones ambientales,… Es un proceso que conduce, en sucesión ideal, a una Geografía perfecta y exhaustiva en el tiempo y el espacio, una Geografía imposible… Pero no es indiferente el punto del proceso en que te encuentres…
En mi caso, toda esta enjundiosa reflexión parte de mi interés inicial por elaborar un mapa a escala media (1:25.000) del término del pueblo de La Majúa, interés lógico habida cuenta de que la Cartografía es para mí Cartopeseta, esto es, la disciplina que me da de comer y que, además, me gusta. Con el tiempo, voy pasando la etapa en que la escala escogida ya no es bastante escala para reflejar el producto de mi incansable curiosidad. Quizás llega el momento de parar y sistematizar, no siendo que me ocurra lo mismo que a los cartógrafos de Borges (“En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del imperio, toda una provincia. Con el tiempo, esos mapas desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”.).
En cualquier caso, no antes de que falten todos aquellos a los que pueda arrancar algún dato, noticia o curiosidad. De hecho, este blog es, de momento, lo más parecido a un intento por sacar a la luz parte de las ideas que he ido recopilando y, desde luego, es de todo menos sistemático.La entrada de hoy se parece en su estructura a una Conferencia-Maleta de Ramón Gómez de la Serna, con la pega de que, evidentemente, yo no soy de la Serna. Así que abreviaré y terminaré contanto que, de bajada a La Majúa, atravesé el robledal de la Devesa del Villar, en el cual a punto estuve de pernoctar. Gracias a Dios que una chera y alguna que otra vereda de venados (de los cuales uno tuve oportunidad de fotografiar) me facilitaron el acceso a los Llanos de la Devesa y, desde ahí, al cementerio viejo de La Majúa.

domingo, 25 de julio de 2010

Sobre la escultura de la Venta de Cantarranas

Hace un par de años que, por estas fechas más o menos, fue inaugurada en el paraje conocido como Venta de Cantarranas, el denominado Hito por la Memoria, un conjunto escultórico obra de Amancio González. En el mismo se representa la figura de un “paseado” del bando republicano de la Guerra Civil, maniatado y con la cabeza fundida con la tapia en la que perderá la vida, coronada por tres calaveras con la frente agujereada por un balazo.

Por descontado que desde un profundo y sincero respecto hacia la manera de ver las cosas de cada cual y también hacia los sufrimientos y sentimientos ajenos, he de decir que me parece una idea afortunada plasmada en una iconografía desafortunada.
La celebración de la muerteSegún he leído, el autor de la escultura habla de distintas motivaciones a la hora de afrontar su tarea; una de ellas está tomada de un poema de Gamoneda y habla de “la imposibilidad de celebrar la muerte”. Dice que “El hecho de que no haya un lugar para despedir a las personas queridas, donde reposen sus huesos, genera un vacío interior que es muy difícil de llenar”.Ha de llover.
Ha de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y sea posible la celebración de la muerte.
Ha de llover.
¿Por qué no ha de llover en la luz
y en la memoria ensangrentada?”.

En realidad, creo que el poema de Gamoneda no hace alusión a la inexistencia de un lugar físico de duelo, sino más bien a la pervivencia en nuestros días de un supuesto ambiente social opresivo y de desprecio hacia el bando de los vencidos en la Guerra Civil que sería continuación de aquel que impuso el franquismo durante sus largos años en el poder.
Pues bien, lo del lugar de duelo me parece muy bien, al igual que me parece justo que todos aquellos familiares que deseen localizar, exhumar y dar digna sepultura en un cementerio a los restos de sus familiares, no sólo puedan hacerlo con normalidad, sino que cuenten con todo el apoyo –tanto legal como económico- por parte de las administraciones públicas.
En cuanto al tema de la imposibilidad de la “celebración de la muerte” por la existencia de un ambiente socialmente opresivo al respecto, sólo diré que en un pueblo como tantos otros de la provincia de León, babiano por más señas, cayeron varias personas asesinadas por el mero hecho de haber sido considerados en exceso librepensadores y casi seguro por haber sido señalados por el dedo acusador de algún desalmado. En el pueblo, todo el mundo habla, con naturalidad y respeto, creo yo, acerca de aquellos que perdieron la vida en tan desgraciadas circunstancias… y todo el mundo habla, creo yo, con naturalidad y desprecio del desalmado. En el entierro de este último, un familiar hubo de rogarles a algunos hombres, de entre los pocos que se dignaron a acudir al sepelio, que ayudaran a transportar el féretro con los restos del finado desde la iglesia al cementerio. Desde luego que en mi vida hoy hablar de un juicio social tan severo y a la vez tan pacífico…
La iconografía
Dice también el escultor que “Pensaba hacer una escultura más amable con el paisaje, pero luego, después de enterarme un poco del drama que se vivió en aquellos días, quise realizar una pieza más reivindicativa, que representara quizá más la memoria que el olvido”.
Creo que aquí es dónde se equivoca el escultor y que de ahí nace la iconografía, en exceso agresiva y acusadora. A mi juicio que del cincel de este magnífico artista podría haber salido una obra que buscara simplemente recordar, ensalzar y homenajear más que reprochar. Hace poco oí a mi padre hablar acerca de la muerte de unos cuantos sacerdotes naturales de su pueblo. Hombre profundamente creyente, se lamentaba del hecho de que los complejos pasados y presentes (por ejemplo, la resistencia de la Iglesia a iniciar los procesos de beatificación de los citados sacerdotes) evitaran que al menos una sencilla placa recordara en el pueblo el martirio de sus convecinos; para ellos, en un pueblo en el que el alcalde impidió la entrada de falangistas para “sacar” algún vecino, sólo reclama un listado de sus nombres acompañado de un epitafio que reze “murieron por su fe”. Para mí que eso es memoria y lo demás memoria y rencor...
Imagínense por un momento que el padre de una niña violada y asesinada erigiera en el lugar del crimen, a modo de lugar para la “celebración de la muerte”, una escultura que representara a su hija en las desgraciadas circunstancias de su muerte…
No lo veo…
La iconografía de la escultura no me gusta pero... no nos equivoquemos; desde el punto de vista plástico, me parece tan digna de admiración como "La Vieja Negrilla",del mismo autor, que adorna plaza más céntrica de la capital leonesa. Por lo demás, no me gusta la idea que subyace, pero la expresividad de la misma está fuera de toda duda.
Last but not least, he de decir que la actitud de los que tuvieron a bien entretenerse en su día en pintarrajear la escultura de la cual hablamos y dejarla en el lamentable estado que se puede apreciar en la fotografía no tiene nada que ver con la opinión aquí expuesta, que pretende ser, como dije al principio, una reflexión respetuosa -y sosegada, añado ahora-. Los autores de tal tropelía bastante tienen con lo suyo. Decía mi madre que la envidia es el único pecado que se paga en vida; para mí que sobrevivir en una sociedad democrática cuando se tienen por buenas ciertas actitudes no debe ser plato de buen gusto...

domingo, 11 de julio de 2010

La aldea ingobernable

Cuando los expertos hablan del progresivo estrechamiento del ámbito de las relaciones sociales en las zonas rurales se refieren, sermo vulgaris, al hecho de que nuestros pueblos se van quedando vacíos. Los cambios habidos en las zonas rurales como consecuencia de esa gran migración de mediados del siglo XX conocida como éxodo rural han resultado, a la postre, desastrosos para el devenir de nuestros pueblos.
Una de las muchas manifestaciones de la inviabilidad de las comunidades rurales tal como hoy las contemplamos es la creciente incapacidad que muestran a la hora de gestionar sus propios destinos, esto es, de hacerse cargo de las competencias que la ley otorga a las Juntas Vecinales.
Los Concejos contituyeron, en tiempos que ahora se nos antojan lejanos, un ejemplo paradigmático de las posibilidades de autogestión de un territorio en todos sus aspectos: económico, social, ambiental,… Fuera por solidaridad o por necesidad, lo cierto es que, durante siglos, nuestros pueblos basaron su devenir en unos parámetros de comportamiento de los que hoy apenas tenemos noticias gracias a la memoria de los más viejos del lugar.
Aunque aún queden rastros de aquellas maneras en ciertas actitudes, generalmente aquellas que se adoptan ante las circunstancias más comprometidas de la vida –léase la consideración ante la desgracia ajena, sea ésta del tipo que sea-, sonroja ver como los Concejos que antaño regulaban hasta los aspectos más nimios de la vida pública y privada se muestran hoy incapaces ya no de contribuir sensiblemente a la mejora de los pueblos, sino incluso de conseguir un devenir diario de las comunidades libre de sobresaltos y conflictos.
Los alcaldes de los pueblos, gentes a menudo de edad provecta, se enfrentan a un sistema administrativo diseñado desde una óptica urbana. Basado en el tráfico de documentación a menudo farragosa, ni siquiera tiene en cuenta el citado sistema el hecho de que muchos de los pueblos distan decenas de kilómetros de las sedes de los organismos administrativos que reclaman su presencia física para numerosos trámites.
Por otra parte, esos mismos los alcaldes han de tomar decisiones que afectan a un círculo social reducido y menguante, a menudo mediatizado por los vínculos familiares y siempre con el amenazante horizonte de que la localidad se haga merecedora de la consabida sentencia de “pocos y mal avenidos”.
Se observa también la existencia de una clara fractura social entre los que residen todo el año en el pueblo y aquellos que acuden en periodos vacacionales. Entre ambos grupos se instala progresivamente un muro de incomprensión respecto a asuntos en los que, generalmente, cada colectivo tiene su parte de razón. Los que invernan en el pueblo se consideran una casta especial, unos pata negra que, por el hecho de soportar los largos meses de nieve y soledad, parecen exigir un desagravio permanente de los que disfrutan de las bondades de la Babia estival; olvidan, eso sí, que muchos de ellos abandonaron su localidad de origen por imperativo de supervivencia y que la lejanía no ha hecho sino incrementar su amor por estas tierras. Los veraneantes, por su parte, emigrantes en su día o hijos y nietos de emigrantes, pretenden a menudo trasladar al pueblo las características de la sociedad urbana. No faltan casos de gente pendiente de superar los prejuicios de la época del haiga: algunos se permiten mirar por encima del hombro a sus antiguos convecinos, olvidando niñeces y juventudes de miseria compartida.
Last but no least, a unos y otros parece afectar una epidemia de egoísmo, desidia y altanería en lo que se refiere a la participación en los asuntos de la comunidad: la satisfacción de las exigencias tributarias del Estado, o la Constitución, o los principios sagrados de la democracia, o vaya usted a saber qué, parecen ser una patente de corso a la hora de adoptar actitudes de todos bien conocidas y que inundan nuestras calles de sentencias tan poco edificantes como esa tan solidaria que reza aquello de “que se jodan los del Barrio de Arriba”. Colaboración, con cuentagotas; exigencias y críticas, sin duelo. Las Juntas Vecinales, si hacen porque hacen y si no hacen porque no hacen…
Del palo de los pobres y las veceras, de las prindadas y las facenderas a esto; a ver si va a ser cierto que, al menos en el caso que nos ocupa, cualquier tiempo pasado fue mejor…

sábado, 10 de julio de 2010

Al que Dios no le da hijos...

Seguramente a la misma hora en que yo me dirigía hacia el pequeño pueblo de Mena de Babia con mis dos sobrinos, mis cuñados, o sea, sus progenitores, se encontraban en algún rincón del leonés barrio del Húmedo disfrutando de una caña sentados en alguna sombreada terraza.
Apenas después de una breve siesta, los dos infantes habían manifestado, de forma inapelable, su deseo de ir a darse un baño a la piscina natural de Mena. Conocedor del paño, negocié con ellos la posibilidad de bañarnos en la piscina de un vecino de La Majúa. Tras convencerlos, me dirigí ufano en su compañía a la citada piscina, dándose la infeliz circunstancia de que su dueño aún no había tenido tiempo de prepararla convenientemente.
Así pues, aquí me tenéis plantado en Mena, bañándome en el agua más fría que te puedas imaginar, agua que fluye sin apenas retención desde las montañas cercanas. Para mí que estos niños deben venir con neopreno de serie porque, cuando un servidor, tras breve zambullida, tenía por piernas dos palos de cerezo, ellos chapoteaban tan ufanos, ajenos a estas pequeñeces termométricas que a los adultos tanto nos preocupan.
Así que, si esto son vacaciones, que venga Dios y lo vea…

La verdad es que, bromas aparte y dejando de lado los rigores térmicos del idílico retén de agua, son estos los ratos los que, en momentos duros de la vida, te ayudan a mirar las cosas desde un ángulo algo menos deprimente.
Ojalá que en algún momento de este verano pueda compartir con mi sobrina y ahijada mayor algún rato de indolencia en alguno de los parajes que rodean La Majúa; si esto ocurre, le hablaré de su padre y de la infinita bondad que atesoraba bajo el verbo festivo y la retranca (como dice mi hermana mayor, capaz de resumir una personalidad en la frialdad de una dirección de correo electrónico, elgranpablete@gmail.com), de la rectitud de sus principios y, sobre todo, de su firmeza en trasladarlos a la vida diaria. También le hablaré de su valentía ante la adversidad y de su generosidad para con los demás, de su esfuerzo por dar visos de normalidad a la circunstancia cruel de irse dejando atrás lo que más se quiere…
Cada uno busca su refugio ante la adversidad; los que no somos de llorar lo tenemos más difícil. Para mí han sido meses de desesperación en los que apenas te sostenían los más cercanos, tu esposa, tu padre y hermanos y en general la familia, los buenos amigos… En este tiempo, el que se nos iba ha hecho las veces de hurmiento en la panadería familiar. También ayuda el orgullo de ser hermano de tu hermano. Last but no least, la sonrisa de esa pequeña que, desde el momento en que nació, hace algo más de un año, me robó el corazón con su fragilidad y ahora me alegra los días con su sonrisa. Mientras Pablo se iba, la peque empezaba su vida y me daba una razón más para agradecer los ratos buenos y sobrellevar los malos. La peque es, cómo no, una sobrina, así que igual no es cierto eso de que al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos.