lunes, 11 de julio de 2011

Monte y montaña (iii): No es sendero, es vereda

Antes de ser monte, estos parajes fueron para mí montaña. Aficionado al senderismo desde mi infancia, los lugareños pronto se acostumbraron a mi querencia montaraz y andariega. A decir verdad, ya hacía tiempo que mi condición de geógrafo había empezado a mediatizar mi actividad excursionista. Pronto las vertientes deportiva (las travesías, las ascensiones,…) y visual (la mera contemplación de vistas espectaculares, el tránsito por parajes de gran belleza objetiva) dejaron de ser suficientes para mí. Aún recuerdo la enorme satisfacción que sentía en mis excursiones cuando reconocía en los parajes que transitaba elementos del relieve, la vegetación o los usos del suelo que me habían explicado en las aulas. No se me olvida la emoción, casi infantil, que sentí cuando identifiqué dolinas y lapiaces en el Valle del Marqués, tantas veces paseado desde la inopia geomorfológica,… No deja de ser curioso que, a la postre, me asalte a veces una sensación de insatisfacción o ansiedad cuando algo se me escapa de los paisajes que recorro, lo cual, por desgracia, ocurre muy a menudo. El hecho de que me frustre no saber los nombres de los lugares o el mineral que se extraía de una mina abandonada con la que me topo, no ser capaz de discernir entre distintos tipos de matorrales, no identificar los picos que componen una panorámica desde algún punto elevado ya me va preocupando. Quizás me lo tenga que hacer mirar.
Felices ellos, los naturales de por aquí tienen escasa noción de la singularidad y relevancia que tiene el medio natural que les ha visto crecer. Igualmente son poco o nada conscientes de la especial significación del sistema de aprovechamiento del territorio del que son herederos y continuadores. Por esto les resulta hasta cierto punto gracioso el hecho de que gentes venidas de fuera se interesen por cuestiones tan peregrinas como el escarabajo tigre (Cicindella sylvatica) o los callunares (Calluna vulgaris) de Congosto. Para ellos los lobos siguen siendo alimañas y el hecho de que los osos se paseen por estos parajes (en un esperanzador proceso de expansión desde Laciana o Somiedo) es, dicho vulgarmente, una jodienda. Las figuras de protección (Parque Natural) o reconocimiento ambiental (Reserva de la Biosfera) son vistas como algo ajeno y foráneo que les causa prevención, pensando siempre en las limitaciones y complicaciones que para su actividad pueden acarrear. Se trata de actitudes cuyas raíces históricas son complejas y de difícil valoración.
Sea como fuere, lo cierto es que son parajes excepcionales para estudiosos de muy variadas disciplinas: geógrafos, botánicos, zoólogos, antropólogos, etnólogos, etcétera. En el caso de La Majúa, a veces me maravillo de la diversidad del relieve (glaciar, periglaciar, kárstico,…), la vegetación (puertos de merinas, abedulares, robledales, bosques de galería,…), la fauna (ciervos, corzos, rebecos, perdices –rojas y pardas-, lobos,…), las formas de aprovechamiento agroganaderas pasadas y presentes (trashumancia, veceras,…), etcétera.
Nada me satisface más que recorrer estos pagos, para mí ya muy familiares, con algún cicerone versado en alguna disciplina en particular. Me sorprendo entonces con la relectura de ciertos parajes a la luz de los conocimientos del susodicho. Hace pocas fechas, por ejemplo, José María Redondo, quizás la persona que más sabe del relieve de nuestra provincia, me ilustró sobre glaciarismo, morfología kárstica, erosión diferencial,… ¡Quien me iba a decir a mí que sobre el Pozo Lao, paraje de meriendas y recolección de arándanos, había un glaciar rocoso!
Last but no least, curiosamente, a medida que en este entorno cercano de Babia me va siendo más familiar, mis horizontes geográficos se van estrechando. No es que comparta un servidor la filosofía de Adelaida Valero, la de La Cueta [1], según la cual "...el mundo es lo que nos rodea a una pedrada de casa". Lo que ocurre es que, tanto en mi condición de andariego impenitente como en la de amante de lo rural, como vivencia y como erudición, me voy volviendo, como ya he apuntado, un poco ansioso. A fuerza de seguir trazos y de indagar en lo oral y lo escrito voy haciendo míos los lugares. Los senderos son aquí veredas y ahora se como subir al Pozo Lao siguiendo la fastiera de la Cuesta Lao [2]. A medida que el término de La Majúa va teniendo menos secretos para mí, mis andares se van expandiendo, como una mancha de aceite, a lugares vecinos cuyos misterios pretendo también desentrañar. Es un proceso este necesariamente sosegado, pero deleitoso a más no poder.

[1] Luis Mateo Díez, Relato de Babia, 1991, Madrid, Espasa Calpe, Colección Austral, p. 135.
[2] Linde con cerramiento entre dos pagos (en el caso que se menciona, entre la Cuesta Lao y Arrajaos).

http://babieca.unileon.es/babieca.html

No hay comentarios: