jueves, 15 de septiembre de 2011

Ensanchando paceros (iii): el mito de la aldea entrañable

Aún cuando puedan resultar interesantes las reflexiones de la entrada anterior, el universo de la memoria es cosa personal o al menos restringida a un conjunto de gentes que, por el motivo que sea (compartir referencias geográficas, pertenecer a un mismo grupo generacional, etcétera) crean una imagen del pasado similar. Podemos razonar acerca de los motivos que subyacen bajo las distintas formas de ver el pasado, pero nada hace pensar que las valoraciones que se siguen de ellas sean necesariamente reflejo objetivo de la realidad.
Procedería pues, analizar desde la distancia esa imagen de locus amoenus de los modos de relación y organización social y económica que, más o menos matizada, dejan entrever muchos de los escritos de aquellos que, desde el ensayo, la novela o aún la Ciencia, se han movido en los ambientes característicos de la ruralidad preindustrial. La tarea desborda claramente tanto el contexto de esta reflexión, el de un humilde blog que no aspira a superar la levedad en la escala del pensamiento, como las capacidades de un servidor. Apenas puedo yo aportar algunas opiniones que, sin ser del todo apriorísticas ni desinformadas, no están mínimamente estructuradas como para ser consideradas algo más que conversaciones de cocina. La principal de ellas es que en la literatura sobre el tema hay una corriente, no se si mayoritaria pero desde luego bien nutrida de investigadores de múltiples disciplinas, un tanto contaminada del misticismo de Adelaida Vaquero y armada a base de lugares comunes cuya expresión no resistiría los peros de un mediocre abogado del diablo. Se me antoja este un espacio de reflexión un tanto mediatizado por posiciones ideológicas irrenunciables que tienen que ver con la insatisfacción ante las contradicciones del mundo actual[1]. En cualquier caso, la amplitud y profundidad del debate sugieren dejar el tema, al menos de momento, para mentes más sesudas.
Habrá que conformarse, pues, con un acercamiento más ligero y desenfadado a algunos de los rasgos que, de manera más o menos consciente, arman la imagen buenista que, a la postre y vía marketing, ha llegado a calar en gran parte de nuestra sociedad: bonhomía, solidaridad, igualdad y sostenibilidad son algunos de los más manidos y señalados en la creación del mito de la aldea entrañable.
No está entre nosotros el abuelo Severino para hablarle de bonhomía ni preguntarle de sus peripecias cuando anduvo ocupado en tareas de guarda del común (la primera de ellas, conseguir el imprescindible certificado de “feligrés de bien” que el cura del lugar le negaba por su escaso apego a las cosas de la Iglesia). No obstante, su hijo Ardoncino, que heredó la profesión para poder contribuir así a las menguadas arcas de la economía familiar, podría escribir un tratado de picaresca acerca de las mil maneras de ensanchar un pacedero a costa de los predios del vecino. O acerca de las trifulcas en que a menudo derivaba la lectura de las prindadas (multas) en el concejo de fin de mes. En ocasiones, las cosas llegaban a mayores: algo sentí contar alguna vez acerca de el tiro en la pierna con que se resolvió una disputa por el riego en Juandín. Eso de atribuir “Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento” (RAE, “Bonhomía”) a pueblos y comarcas era cosa del costumbrismo, por otro lado magistral, de Víctor de la Serna y otros escritores del género. Una década lleva un servidor socializando en estos pagos y ya conoce de sobra a los malos de antes y a los malos de ahora, quizás por la falta de teatralidad que imponen las estrecheces físicas y sociales[2]. En ambos casos, pasado y presente, hay malos y maldades que no son cosa de risa precisamente…
La confusión de conceptos es otro de los males que enmaraña los debates sobre estas cuestiones. Nada tiene que ver la “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros” (RAE, “Solidaridad”) con la implementación de un sistema de gestión comunal[3]. Algunos autores han reaccionado a la formulación del que se ha venido en llamar “mito del individuo egoísta”[4] con la implantación de otro estereotipo, el del rural altruista. En un punto medio, lugar en el que a menudo se encuentra la verdad, está la idea de que los sistemas de gestión comunal son una estrategia adaptativa que ha de estar siempre respaldada desde los ámbitos institucional y normativo[5] El hecho de que nos parezca más apropiado hablar de cooperación necesaria más que de solidaridad espontánea no quita para dejar constancia de la existencia de ciertas actitudes realmente solidarias (en la correcta acepción del término), en especial en situación de adversidad manifiesta para algún convecino. Tampoco hay que descartar la posibilidad de que que la estrechez de las comunidades rurales acreciente la sensación de interdependencia y la asunción del principio de “hoy por ti, mañana por mí”.
Hace ya algunas décadas que en la aldea hubo un serio conflicto social que recibió en su día el nombre de “los cuernos de La Majúa”. Se dividieron las gentes del lugar en nata y debura[6], entre los de casa grande y los de capital y posibles menguados. La cosa derivó incluso en enfrentamientos físicos, hasta tal punto de que a alguno pudieron haberle partido el cráneo con el astil de un manal[7]. Aquellas familias pudientes de entonces, muchas venidas a menos con el discurrir del tiempo, no mandaban a niños apenas comulgados a guardar veceras en turno ajeno. Sus miembros no segaban prado ajeno, ni se empleaban en sacar piedra de las canteras, daban estudios a la prole (si había predisposición o amplitud de miras, virtudes que no siempre acompañaban a los posibles),… Aparte de los ricos y los pobres, estaban, como ya hemos apuntado en otras ocasiones, los criados. El acceso a los recursos del común no suponía igualdad, ya que coexistía con una participación de la propiedad privada muy diferenciada. Hubo familias para las cuales la emigración de una parte de sus miembros fue un recurso más habitual o más temprano[8].
Por último, el tema de la sostenibilidad es otro de los más afectados por el recurso a lugares comunes. La presencia recurrente de algunos apriorismos sobre la relación de la ruralidad tradicional con el medio ambiente, contraponiendo la gestión comunal a la individual o estatal[9] ha generado a la postre uno de los más importantes conceptos comunitarios (de la UE) de ordenación territorial, el del “agricultor jardinero”[10]: respecto al mismo, siempre duda uno acerca de la conveniencia de calificarlo como falacia o bien como engaño. Para el presente, mis experiencias al respecto son de lo más desalentadoras, aún cuando siempre me sienta tentado a justificar determinadas actitudes por la tantas veces comentada relación desigual ciudad-campo. Por otra parte, ciertas actitudes de los gestores públicos se empeñan en dar argumentos a los de los apriorismos[11].
Last but not least, cuando releo estas últimas entradas, así como algunas otras referidas a la idiosincrasia de esta aldea que me acoge en tiempos de asueto (muchas de ellas extrapolables a la generalidad del mundo rural) me doy cuenta de que algún lector podría percibir un cierto tono de desencanto. Tal percepción no se corresponde con mis sentimientos; simplemente se trata de un cierto aire desmitificador producto de la convivencia, de la escuela del calecho y de la reflexión. Se trata de apreciar un todo, con sus virtudes y miserias. No se trata de interiorizar la literatura al uso. Es afecto, es pasión y es admiración en algunos casos. A su manera, es un aldea entrañable y para que lo sea no hacen falta quimeras ni leyendas. Para lo legendario, el filandón…

[1] “La utilización de la ideología liberal y capitalista que ilumina los procesos de desarrollo se hace evidente cuando examinamos el debate en torno a los recursos comunes. El énfasis en la necesaria transformación de la propiedad comunal en propiedad privada o estatal coincide con los intereses de tal lógica, pues es la forma de situar todos los recursos bajo la subordinación al poder y al capital. La gestión comunal es mucho menos controlable “desde arriba” pero, sin embargo, puede responder mejor a los intereses de los usuarios y asegurar el uso sostenible de los recursos. […/…,] ni la propiedad privada ni la estatal se muestran como garantes del uso sostenible del medio ambiente, mientras que hay numerosos ejemplos de formas de gestión comunal que sí lo hacen. Además, a menudo los fenómenos privatizadores pueden conducir al incremento de las desigualdades, a la depauperización de los menos favorecidos […/…,] y a la sobreexplotación de los recursos […/…,] sometiendo los recursos a la lógica del modo de producción capitalista” José PASCUAL FERNÁNDEZ (1993): «Introducción», en José PASCUAL FERNÁNDEZ (Coord.): Procesos de apropiación y gestión de recursos comunales, Tenerife, federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español-Asociación Canaria de Antropología, p. 9.
[2] “En un pueblo, la diferencia entre lo que se sabe de una persona y lo que se desconoce de ella es mínima. Puede haber un cierto número de secretos bien guardados, pero, en general, apenas existe el engaño: es casi imposible” John BERGER, Puerca tierra, 1989, Madrid, Alfaguara, p. 25.
[3] “Esto no quiere decir que el ser humano sea altruista por naturaleza, así como tampoco egoísta, pues la cooperación puede ser simplemente una estrategia adaptativa en la que se entremezclan comportamientos y actitudes de diverso tipo, y que puede llevar al aumento de las posibilidades de supervivencia y al bienestar de las poblaciones. La racionalidad humana es muy compleja como para encorsetarla en esquemas cerrados de egoísmo o altruismo” José PASCUAL FERNÁNDEZ (1993): «Introducción», en José PASCUAL FERNÁNDEZ (Coord.): Procesos de apropiación y gestión de recursos comunales, Tenerife, Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español-Asociación Canaria de Antropología, p. 9.
[4] El concepto se ha ido forjando a partir de los escritos de Garret HARDIN. («The Tragedy of the Commons», Science, 162, 1968, pp. 1243-1248).
[5] Es lo que Durkheim llama “solidaridad mecánica: “Una sociedad regida por la «solidaridad mecánica» se caracteriza por una total competencia de cada individuo en la mayoría de los trabajos, surgiendo una mínima diferenciación por edad o sexo. La solidaridad mecánica, propia de las sociedades primitivas, es aquella que surge de la conciencia colectiva. En estas sociedades, el derecho instalado es el represivo: el crimen es visto como ofensa a la sociedad en conjunto, al órgano de la conciencia común” http://es.wikipedia.org/wiki/%20Solidaridad_(sociolog%C3%ADa)
[6] Debura: suero que resulta del proceso de desnatado de la leche; normalmente se utilizaba como alimento para los cerdos.
[7] Manal: Apero utilizado para majar (separar el grano de la paja) cereal. Se utilizaba normalmente, en vez del trillo, cuando se quería conservar las plantas enteras para utilizarla en el techado de edificaciones. Se componía de dos astiles unidos en su extremo por una cinta de cuero.
[8] “A nuestro entender, la apropiación comunal se organizó históricamente como una forma eficiente de explotación adaptada al medio y tendente a la regulación del crecimiento demográfico a través de las casas (el elemento fundamental de organización productiva y referencia social), mediante la transferencia a éstas de los mecanismos de exclusión de los efectivos sobrantes. Esta exclusión no se hacía necesaria por unos recursos comunales exiguos, sino más bien por una limitación y una repartición desigual de las tierras de propiedad particular. Por ello, la teórica igualdad comunal se basaba en la absorción, por parte de las casas, de los conflictos inherentes a la diferenciación social” Xavier ROIGÉ VENTURA, Oriol BELTRAN COSTA y Ferran ESTRADA BONELL (1993): «Diversidad ecológica y propiedad comunal. El pueblo como organización política, económica y social en el Val D’Aran (Pirineos)», en José PASCUAL FERNÁNDEZ (Coord.): Procesos de apropiación y gestión de recursos comunales, Tenerife, federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español-Asociación Canaria de Antropología, pp. 74-75.
[9] “Dejar el futuro en manos de estos individuos sería mantener las redes de poder que actualmente ahogan los sistemas comunales. No se pueden imponer estos sistemas; ni es posible que existan simplemente adoptando «técnicas verdes», como la agricultura orgánica, energías alternativas o un mejor transporte público, aunque todo esto sea necesario y deseable. Más bien, los sistemas comunales emergen a través de la resistencia cotidiana a los enclosures por parte de la gente corriente, y a través de sus esfuerzos para volver a alcanzar el apoyo mutuo, la responsabilidad y la confianza que mantiene los comunales” (The Ecologist, 1992). Citado en Federico AGUILERA KLINK (1993): «Economía, medio ambiente y espacios comunales», en José PASCUAL FERNÁNDEZ (Coord.): Procesos de apropiación y gestión de recursos comunales, Tenerife, federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español-Asociación Canaria de Antropología, pp. 20-21.
[10] Ignacio PRIETO SARRO (2002): «Castilla y León ante la apuesta rural europea», en Revista de Economía y Finanzas de Castilla y León, nº 5, p.181.
[11] Un buen ejemplo es la actitud de la administración en el proceso de concentración parcelaria de La Majúa: repuebla con especies no autóctonas, ignora las indicaciones de los estudios de impacto ambiental sobre preservación de setos vegetales y muros de mampostería en los lineros de las fincas, etcétera.

http://babieca.unileon.es/babieca.html

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