Hablábamos en una entrada del pasado verano [1] de la existencia en los pueblos de una casta especial, integrada por “unos pata negra que, por el hecho de soportar los largos meses de nieve y soledad, parecen exigir un desagravio permanente de los que disfrutan de las bondades de la Babia estival”. La dualidad de la que hablaba entonces entre los autoproclamados vecindeiros [2] y los veraneantes se me antoja ahora insuficiente para describir la complejidad social de los pueblos.
Como quiera que me inquieta la excesiva simplificación de la realidad por la que me dejé llevar en la citada entrada, me he propuesto profundizar en la cuestión de la estructura, más bien jerarquía, de las modernas sociedades rurales. Me temo, eso sí, que el esfuerzo de análisis sociológico que abordo hoy corre el riesgo de producir una taxonomía similar a la que José Luis Borges cita en su ensayo “El Idioma Analítico de John Wilkins”, esto es, una tal que acabe recordando a “…las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.
De la dualidad primigenia paso a una interminable lista de castas rurales que, por seguir con la paradoja de Borges, ordenaré alfabéticamente: a) los empadronados, b) los que tienen ganado, c) los que van al bar, d) los que hacen matanza, e) los que van a misa, f) los que todavía ordeñan, g) los del Barrio de Arriba, h) incluidos en esta clasificación, i) los que pasean, j) los asturianos, k) los veraneantes, l) etcétera, m) los que juegan la partida, n) los que nacieron en el pueblo, ñ) los hijos de madre soltera, o) los cazadores …
Como sospechaba, la taxonomía no va por buen camino, por incongruente y porque, de seguir con ella, creo el número de clases acabaría superando al de habitantes. Aún así, este incompleto esfuerzo taxonómico da una idea de un hecho que vengo observando: en este ámbito rural, las personas valoran su posición en la comunidad a partir de una acumulación de rasgos individuales, la suma de los cuales produce una especie de índice según el cual se determina la posición jerárquica del individuo, posición a la que éste atribuye unos derechos, obligaciones, privilegios, etc.
¿A cuento de que todo lo anterior? Intentaba reflexionar, a modo de preámbulo, sobre la casta de los cazadores locales, analizarla desde el punto de vista sociológico para así poder valorar mejor sus planteamientos. Mi primera conclusión es que este grupo no presenta homogeneidad desde ningún ángulo de los posibles: aparte del hecho de poseer escopeta (y utilizarla con mayor o menor fortuna), observo que los hay jóvenes y provectos, con estudios y sin estudios, vecindeiros y veraneantes,… Aún así, les une la idea de sentirse acreedores naturales del derecho de uso y disfrute de la caza que transita por los parajes de la zona. Lo curioso del caso es que, para buena parte de sus convecinos, la posesión de escopeta supone una especie de salvoconducto que permite, independientemente de sus circunstancias individuales (residencia, nacimiento,…) un acceso directo a la casta de los pata negra, o más bien a una élite de éstos, revestida por lo demás de una cualidad exclusiva: la infalibilidad de sus planteamientos.
Tres son los argumentos principales en los que apoyan este presunto derecho: de un lado, la consideración de la caza como un elemento integrante de la tradición local, una actividad practicada, desde antiguo y sin cortapisas por los lugareños (hablan incluso de la contribución que desde las artes venatorias se hizo siempre a la dieta alimenticia local y, si me apuras, de la apropiación privada de lo público); de otro, el aporte de fincas privadas a efectos de constitución del coto de caza; por último, la proliferación del furtivismo como consecuencia de la enajenación de los derechos de caza.
La letanía esta de la tradición me recuerda un poco al caso de un viejo que presumía con nostalgia de sus andanzas venatorias… mientras su mujer aseguraba que la única carne que había entrado en su casa no era ni de monte ni de venado, sino de un orondo número de la Guardia Civil que acudió a pedir explicaciones alarmado por los rumores acerca de la actividad furtiva del viejo, basados en sus propias fabulaciones tabernarias.
No puedo hacer aquí un repaso de la historia de la caza y de la participación en la misma de los campesinos [2], pero es evidente que históricamente se trató de un privilegio que, hasta fechas recientes, le fue negado a las personas humildes. Por lo demás, con el tiempo la exclusión de los cazadores plebeyos (entre ellos los locales) desapareció, lo cual causó estragos en las poblaciones de especies cinegéticas. Este hecho obligó a la intervención reguladora del Estado, así que lo de “sin cortapisas” tiene pocos visos de realidad.
La cuestión de la apropiación privada es otra letanía cansina que encierra una paradoja. Efectivamente, se asiste, en las zonas rurales, al “…choque de dos concepciones sobre la caza: en el caso de la población, campesina especialmente, la caza es un complemento alimenticio importante; en el caso de los señores la caza obedece a impulsos lúdicos,…” [4]. Todo bien…, salvo que el texto se refiere a una realidad del s. XV. A buen seguro que, en esas fechas, la camarilla de D. Diego Álvarez de Miranda [5] se esforzaba en poner cortapisas a la práctica de las artes venatorias por parte de los lugareños, “…porque quando al dicho señor […/…] le pruguier de venir a esta tierra falle en ella caça con que la su merçed aya e tome plazer”. [4]. Así, mientras en los oscuros tiempos medievales D. Diego gustaba de acumular prebendas (derecho de pernada, monopolio de la caza), un pequeño grupo de los que hoy serían sus paisanos y acaso descendientes pretenden apropiarse del principal recurso con que cuentan las arcas del concejo (en torno al 70% de su presupuesto anual). Ni son campesinos, ni pobres, ni siquiera vecindeiros en muchos casos… Curiosamente, nadie protesta por la enajenación de pastos (antaño a merinas y hoy a vacas de la vecina Asturias). Si que es cierto que antaño nunca se enajenó la caza… porque la caza era cosa de D. Diego.
Menos mal que, con toda seguridad, los de la casta no han leído a la legión de antropólogos, economistas, sociólogos, etcétera que se dedican a darle vueltas a los escritos de Hardin sobre la “tragedia de los comunales” y a escandalizarse de sus ideas, descontextualizando aquéllas de una manera a veces ridícula [6]. En este caso, no se trata de res nullius o res communes, se trata de cazar de balde y, los gastos del pueblo, a escote y sin duelo.
Si nos detenemos por un momento en el tema de la aportación de fincas, nos basta en este caso con formular dos sencillas preguntas: ¿cuántos de los que aportan fincas son cazadores? ¿cuál es el porcentaje de propiedad común en el pueblo?. Como dirían los peritos designados para satisfacer las averiguaciones del Marqués de la Ensenada, a la primera, que el número de cazadores de este lugar es de diez u once, de lo cual se deduce, según juicio y experiencia de los encuestados, que debe de haber numerosos propietarios de fincas que no son de tal condición, a pesar de lo cual han cedido sus predios a efectos de creación del coto de caza. A la segunda, que la posesión de las tierras se reparte en este pueblo de la manera que sigue: de cada ciento de medidas de tierra, ochenta son de titularidad del concejo de este lugar (incluyéndose en esta clase puertos de merinas, pacederos, montes, caminos, ríos y arroyos) y veinte son propiedad de particulares [7]. Blanco y en botella, leche. Por lo demás, no me parece necesario entrar aquí a valorar, por obvia, la querencia territorial de las piezas de caza más valoradas con respecto a la distribución de la propiedad comentada.
Last but not least, el tema del furtivismo. Últimamente, a los de la casta les ha entrado una urgencia conservacionista sorprendente a todas luces, especialmente en el caso de algunos abanderados de la caza clandestina, ilegal y, lo que es peor, ajena a todo planteamiento de respeto a la Naturaleza. Si sólo fueran lobos, que al menos causan quebranto a los ganaderos…. ¿Cuántas veces hemos asistido, en calechos, filandones y charlas de cantina, al relato de las hazañas de estos furtivos arrepentidos? ¿Quién no conoce a los convecinos que en época de veda cazan la perdiz? ¿Quién no ha oido hablar de verdaderas masacres sinsentido de rebecos?
Una mala experiencia con un adjudicatario del coto (situación nada fácil de atajar jurídicamente, pese a lo que algunos legos en derecho piensan) no puede justificar la exigencia de cambio en un modelo de gestión. Más aún cuando la posibilidad de que la casta sea elegida como garante de la gestión sostenible de la caza plantea una duda inquietante: Quis custodiet ipsos custodes? (¿Quién guardará a los guardianes?). La solución de Platón [8] … no la veo y la de Homer Simpson [9] … tampoco.
[2] vecindeiro: persona que, en los pueblos que realizaban alzada (desplazamiento estacional –en época invernal- y masivo de vecinos, con enseres y ganados, hacia zonas de clima más benigno), quedaba como guardián de la localidad mientras duraba la alzada.
[3] Ver, por ejemplo, Antonio López Ontiveros, «Caza, actividad agraria y geografía en España», Documents d’ Anàlisi Geografica, 24, 1994, pp. 111-130
[4] José María Monsalvo Antón, El sistema político concejil. El ejemplo del Señorío Medieval de Alba de Tormes y su Concejo de Villa y Tierra, 1988, Salamanca, Universidad de Salamanca.
[5] http://babieca.unileon.es/lamajua.html, Sobre el enfrentamiento de Diego de Miranda y Luis Mejía, 1485.
[6] Garrett Hardin, «The Tragedy of the Commons», Science, 162, 1968, pp. 1243-1248
[7] Porcentajes aproximados calculados a partir de los datos catastrales.
[8] “…inculcar en ellos una aversión por el poder o los privilegios, y ellos gobernarán porque creen que es justo que así sea, y no por ambición” (Wikipedia)
[9] Según leo en Wikipedia, “En un episodio de Los Simpson Homer crea un grupo de vigilantes que intentan encontrar al ladrón Gato. Lisa, preocupada por su abuso de poder pregunta: «Si ésta es la policía, ¿quien será la policía de la policía?» a lo que Homer responde: «No sé, ¿los guardacostas?»"
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