Va a resultar que a veces conviene hacer cosas un tanto descabelladas para ir al encuentro del destino. Como por ejemplo, subir a La Solana a comer la merienda una tarde que, aún siendo veraniega, nos regalaba con todo tipo de meteoros más propios de otras estaciones: frío, lluvia, niebla… La disculpa, subir a ver si las yeguas de Manolo paraban en Veiga Redonda o bien, como es su costumbre, habían emigrado a terrenos del vecino pueblo de Torre.
El crepúsculo es buena hora para ver todo tipo de animales que, tras pasar el día encamados entre la vegetación, se desperezan para empezar su particular jornada y satisfacer sus necesidades alimenticias. En nuestro bajar de los puertos, tras dar buena cuenta de la pitanza, y llegando ya a la Cruz de los Caminos, Manolo nos alerta de algo que se mueve en el piornal.
— ¡Pedazo de jabalí!
Pues va a ser que no; el bicho se yergue y nos mira fugazmente para dejarse caer de nuevo sobre sus cuartos delanteros y perderse en las profundidades del piornal.
— ¡Los cojones jabalí! ¡Es un oso!
Al día siguiente, esos escasos segundos en los que tuvimos el raro privilegio de ver al oso se convierten rápidamente en el trending topic de este comienzo de verano en el país bardín. No en vano son muchos los paisanos que, ya octogenarios y fartos de monte y de veceras, nunca tuvieron ocasión de ver al oso.
Se rememoran viejas anécdotas. Al día siguiente, Paulino me cuenta como en cierta ocasión en que guardaba las magüetas en la Cuesta Lao, un par de ellas se le metieron en el abedular.
— Entré a buscarlas y me encontré de bruces con una osa acompañada de dos oseznos. ¡No me alcanzaba el perro!
No le entiendo muy bien en lo del perro, hasta que me aclara la cosa.
— Vamos, que si la osa alcanza a alguien, que no fue el caso de que le diera por perseguirnos, hubiera sido al perro o a las magüetas, que lo que es a mí…
Ardoncino, por su parte, insiste en preguntarme por el hocico del bicho. Afirman algunos naturales que hay un grupo de osos de focico alargado que son formigueros. Me hago el loco por no entrar en polémicas. Para mí pienso, eso sí, en esa peculiar mitología local armada en torno a algunas cuestiones faunísticas, en especial en lo referido a las serpientes, bien sea las que hipnotizan pájaros, las que ruedan por las laderas hermanadas formando grandes bolas o las que arrojan los ecologistas desde helicópteros para servir de alimento a las aves rapaces.
Va a ser que conviene no mofarse de estos saberes populares por cuanto que muchos de ellos guardan una relación, más o menos laxa, más o menos alejada, con verdades reconocidas como tales en el ámbito de las ciencias. Vamos, que gentes más doctas que un servidor en lo relacionado con el Ursus arctos, enterados de la distinción popular entre dos estirpes de osos, hormigueros y mieleros, no hacen mofa de tales creencias sino más bien motivo de reflexión sobre la evolución de la especie[1].
Se polemiza con pasión sobre si el bicho en cuestión estaría rondando las yeguas de Secundino (esperando ser subidas a los puertos en la cimera de Veiga las Cuevas) o las vacas de Manolo y Maribel, aposentadas en la parte bajera del mismo pago. En general la gente piensa en el oso como más amigo de arándanos y otros frutos silvestres, de carroñas y, eso sí, de destrozar truébanos. La escasa fijación del oso con los ganados parece ser consecuencia de la persecución secular, por parte de los naturales, de los ejemplares más carnívoros y agresivos; el predominio de la estirpe vegetariana y esquiva es a su vez la causa de que la gente tenga a este plantígrado en mejor consideración que al vilipendiado lobo [2].
El hecho de que el osu, tímido, huidizo y precavido en su relación con los humanos, se deje ver por estos pagos del país bardín evidencia el aumento de los parajes, cada vez más cercanos al pueblo, “…excluidos de la geografía cotidiana de La Majúa”[3]. El oso se pasea por La Chamuerga, el lobo se atreve a merodear por el pueblo, atacando a un potro en el corral de la casa del tío Juan, la zorra… bueno, lo de la raposa es cosa bien distinta, que siempre fue animal osado en el esquilmo de gallineros…
Last but not least, siempre me acaban pudiendo esas reflexiones acerca de lo imposible del tránsito en muchas zonas del país tomadas por una vegetación arbórea y arbustiva cada vez más exuberante. Al cabo de unos días del encuentro con el plantígrado me entra la morriña esa tan mía de que dentro de poco no habrá quien entre en Guzpilera. De otro lado, pienso (con bastante poco juicio) en la posibilidad de encontrar restos de la presencia del plantígrado al que ya he bautizado como Magüeto (aunque pudiera ser hembra, Magüeta, en ese caso) en forma de excrementos o marcas en capudres, guindales o arandaneras. Ya se sabe que el hombre es el único animal tropieza dos veces en la misma piedra…
Dicho y hecho. Subo por lo que queda del camino del Valle hasta Gazoy y de ahí a El Machadín, peleándome ya de inicio con el robledal que se empeña en frenar mi ascenso. En bajando al Llano de la Pulga, encasquillo, como todos los años, en el brezal y a punto estoy de hacer noche en Guzpilera. En las turberas del mencionado llano me encuentro a las xatas de los asturianos, me reviento los tobillos caminando por este terreno almohadillado y traidor y al final llegó a El Carril aprovechando las veredas del ganado.
Cuando me preguntan por el periplo voy y lo casco. Ya se sabe, carne de mofa y filandón…
[1] Anthony P. CLEVENGER y Francisco J. PURROY (2007): El oso pardo. Un gigante amenazado. León, EDILESA, pp. 34-35
[1] Anthony P. CLEVENGER y Francisco J. PURROY (2007): El oso pardo. Un gigante amenazado. León, EDILESA, pp. 34-35
[2] El oso pardo…, ob. cit, pp. 34-35.